Caballo viejo

Zoo… caballo, estate quieto. Esto le digo a mi viejo amigo; sí,  es un caballo que tiene también muchos años como yo y sus cabellos están plateados como los míos.

¡Amigo te he de contar unas cosas: le digo! Él me escucha, parece una persona humana, llevamos tantos años juntos que nos conocemos de tal manera que con solo respirar cerca de él ya sabe que es lo que le voy a decir.

Sí, como aquella película del hombre que les susurraba a los caballos; esto me pasa a mí con el mío. Lo estoy cepillando, y alisándole su crin, y es tan espesa y bonita que no quiero arrancarle ni un solo pelo de su cabellera. Mi caballo es blanco, y su crin es casi de color negro, parece una pincelada de pintura sobre un lienzo que se mueve con el viento y tiene ese lunar en su cuerpo y le pilló el cabello que le cuelga sobre su preciosa estampa.

¡Quieto caballo, y déjame que te peine que tiene los pelos alborotado, parece que has corrido esta mañana y del corral no has salido; así que no sé qué es lo que te ha pasado para tener tus cabellos tan revueltos!

Mira viejo amigo: esta mañana nos iremos los dos a pasear, sí, no vamos tranquilo como siempre, a pacito lento y si te dan ganas de correr te das un trotecito y después otra vez a paso lento y, ya verás que bien nos encontramos los dos en medio del horizonte, corriendo sobre la pradera y en ella comerá flores de mil colores y veras también a las  yeguas correr y a sus potrillos trotar.

Mientras lo aciquelo y le monto su silla sobre él, él se queda quieto, no se mueve mientras yo le estoy hablando, sabe muy bien lo que le estoy diciendo, y no mueve su cabeza, se queda quieto, sus orejas parecen escuchar mis palabras. Una vez cepillado y acicalado todo su cuerpo, le he montado la silla y apretado las corres de la misma. No llevo espuelas, ni fusta, no le hace falta, que solo mis manos son las rienda de su montura. Como riendas… dos lazos de color azul esas son las riendas de mi caballo. ¿Para qué dos lazos, para que con solo sentir el pequeño tirón él sabe qué camino tomar?

Lo he querido vender, pero me daban tan poco dinero del que yo pedía por él, y al ver que nadie da nada por un viejo; lo mejor que he podido hacer es que siga conmigo que es el que de verdad lo quiere.

Una vez he terminado, abro la cerca y me subo a mi caballo. Me agarro de la montura, pongo el pie en el estribo y de un salto subo a su grupa.

Vámonos viejo amigo. Le digo. Él, comienza su caminar, a paso lento y una vez ha salido del cercado se da uno pequeño trote como para estirar sus patas.

¡Vamos, viejo: demuestra que eres el mejor!

Mueve su cabeza y levanta su mirada al horizonte deja que el viento levante sus pelos y como si fuesen tizones de colores los que pintan sus cabellos negros.

Con los pies le dirijo su carrera. Con mis manos le toco su cuerpo y él sabe que es lo que ha de hacer y adonde me tiene que llevar. Dos corazones unidos por un pensamiento de ilusiones que nos unen tras estos años que llevamos juntos.

Ha corrido por la pradera, se ha parado para comer y, cuando él ha sentido mi voz que le dice vámonos a salido como sui fuera un rayo que le hace volar como en sus mejores tiempos. Sostenido por mis piernas sobre mi montura y he dejando que el viento nos guie. Me ha llevado a un lugar donde remansa el río de mis sueños.

El agua es clara y cristalina, es tan limpia que se pueden ver los peces nadar y también las piedras que adorna el fondo y de que colores son cada una. En esta ladera hay hierbas dulces y tiernas de las cuales él pastara y comerá las mejores de estas y estas están pintadas de colores con las flores más hermosas de toda la pradera.

Mientras él pasta, yo me he sentado a la oriya de este remanso del rio, en el tronco de un árbol que cubre de sombra toda la oriya. He cogido una vara  y como es costumbre golpeo con ella la ramilla que están cerca de mí; mientras lo veo comer y de vez en cuando él levanta su cabeza para mirar y verificar que yo estoy cerca de él.

Han pasado unos minutos, ya está harto de comer, se acerca a la oriya del río, bebe del agua clara de los llantos de las personas. Este es el lugar adonde me trae siempre que tenemos un pequeño problema, sí, aquí me trae; lo hablamos y cuando hemos llegado a un acuerdo nos vamos de vuelta; pero ahora lo tenemos que hablar y cuando lo hayamos comentado nos iremos  despacito  a paso lento que es como mejor se llega a todos lados.

Ha comido, y después se ha acercado ala oriya y ha bebido la cantidad de agua que su precioso cuerpo necesita. Me mira, se queda quieto a que yo lo llame. Sí, lo tengo que llamar que si no, no viene.

¡Ven aquí viejo amigo que tenemos que hablar tu y yo muy seriamente!        

El caballo al escuchar mis palabras se acerca al lugar en donde estoy sentado. A paso lento, como si no quisiera pisar las hiervas que ha comido. Como si fuera un perro se acerca hasta mí; me mira y, moviendo sus pequeñas orejas se hinca de rodillas y después sus patas traseras como si fuese un pero se me queda mirando y, esperando escuchar mi voz la que le cuanta sus sueños y él es el mejor de los compañero  y amigo que en este mundo yo tengo.

¡Mira viejo amigo: tenemos que hablar! Su mirada fija en mis ojos, esperando escuchar mis palabras, sí, escuchar mis sueños; ya que todo lo que yo le cuanto son eso sueños.

Esta tan cerca de mí que  con mis manos le acaricio sus cabellos y la testa de su preciosa cabeza. Estando acariciando su cara de sus ojos parece querer salir alguna lágrima, pero yo no le he contado nada y él espera mi relato como si fuera, y que para mí lo es una persona  de las más buenas de esta tierra.

Dos corazones cercas del cielo y esperando qué nos llegue ese momento de gloria donde se juntan el horizonte con la eternidad.

Unos segundos de silencio; él mueve sus orejas y yo mirándole a sus ojos le digo: Viejo amigo tengo que decirte algo que seguramente no te va gustar, pero te lo, tengo que decir.

Somos viejos, sí, los dos lo somos y, yo creí poder venderte y el caso es que al ser tan mayores como tú y yo; nadie da un duro por ninguno de los dos. Al escuchar mi palabras de que lo había querido vender de sus preciosos ojos brotaron dos lágrimas de colores que se convirtieron en dos perla de coral de un color azulado y verde, eran preciosas que al caer sobre las hiervas de se derritieron y convertidas en Agua se las bebió y nuevamente agacho su cabeza sin decirme nada; pero su silencio me lo dijo todo. Puse nuevamente mi mano sobre él y esta vez casi quiso que la retirara pero la dejó para ver que le seguía contándole.

Pero no te he vendido; le dije .Te quedas conmigo para siempre tú y yo hasta que la muerte nos separe.

Esto le pareció mejor; pero lo de querer venderlo se lo guardó en su interior y ya tendría tiempo para que lo hablásemos en entre los dos; pero ahora quería a saber más cosas de nosotros como yo le había dicho.

Mira amigo; tú y yo tenemos tantos años que ninguna yegua te quiere a ti y a mí me pasa lo mismo, ninguna hembra me quiere: por qué, te lo diré: tenemos los dos el pelo plateado y, nos faltan los dientes para poder comer como era cuando éramos jóvenes.

¿Te acuerdas cuando yo te compré? Eras un potro de lo mejor que había en este valle; todas las yeguas te buscaban y tú las corrías por el prado y sin hacer pregunta alguna las montabas y al entrarle tu verga dentro de sus entrañas ellas, relinchaban de placer; pero de eso hace ya mucho tiempo, y ya ves lo que te pasa a ti; y no solo es a ti sino que también me pasa a mí.

Hoy, sí, son  tus hijos los que las montan y tú cuando las quieres seguir; ella ya no te hace caso y te dan de lado y no se dan cuenta que el ser mayor te hace ser un caballo elegante y señor; pero de eso no se fijan hoy. Las yeguas solo quieren unos potros que la tengan bien grande, sea como sea el caballo, no se fijan si es guapo o si tiene buenos andares, y si detrás de todo eso hay un ser humano dentro de tu cuerpo. Somos viejos; y al decir verdad; lo somos y hay que comprenderlo.

Ninguna yegua te quiere, tú sabes bien, tú, al andar,  lo haces como un señor, de una manera de hacer las cosas tan bien que el estilo de tu andares nadie se fija ya ni del porte, de tu estampa, ni de los colores de tu cuerpo.

Cuando eras un potro tú te ponías ante el toro y al verlo venir te quedabas clavado a la espera de la envestida y, cuando estaba cerca de ti con un quiebro te apartaba como si fuses un rayo y el toro se iba sin haberte podido coger que era su deseo. Esos eran otros tiempos, hoy han cambiado tanto las cosas que nadie se fija en eso, hoy  todas las hembras quieren un buen macho y lo demás que sea lo que tenga que ser.

 ¿Qué tiempo le podemos dar a una hembra, no lo sé, tal vez unos años, dos, tres, cuatro y qué sé yo si de eso ni tu ni yo lo sabemos? El tiempo es muy importante que lo supiésemos pero no es a si, y esto las mujeres les preocupa al no saber los. Yo te digo una cosa, tú por ejemplo que puedes durar estando bien; cinco años y yo que podría estar al lado de una hembra diez como mucho… no lo sabemos y el no saber que es el tiempo y cuantos años de seguridad estaríamos con ellas yo creo que las asusta y no ven seguridad en sus vidas.

Lo que nunca les he contado es que si en el tiempo que estuviese con ella, y ellas nos hicieran felices de verdad tendrían su regalo posterior y, es que al haber sido tratado y querido como nunca lo fuimos, estas se quedarían con lo que les corresponde por ley. Tu por ejemplo: dejarías tu porte, la seguridad de haber estado con ella, protegiéndola y cuidando de que esos hijos de ella tuviesen un padre que los cuidara, que jugase con ellos, y tú los pasearías por todos los parques para que se sintiesen queridos como si fuesen tus hijos y, a si ellos crecería con la seguridad de tener un padre que los quieres aunque la sangre que corre por sus venas no sea la tuya. Pero esto las hembras parece que no les importa, ya que como ellas se sienten jóvenes pues no le dan importancia alguna.

¡Que poco tiempo es el que nos queda a los dos! Poco, bueno, eso depende de tu cuerpo y de la felicidad que nos den y lo demás es un interrogante que nadie lo puede descifrar.  Viuda, sí, la que es la ultima puede ser si es que se ha portado como tiene que hacerlo se queda con ese pequeño título que da derecho a ser eso, tu viuda y después de muerto que más te da sea quien sea la que te lleve flores  a tu tamba.

Pensamos antes de elegir nuevamente a tu compañero, o compañera… sí, lo pensamos y, si antes tuviste un error hoy lo vuelves a cometer ya  que solo piensas en tu cuerpo y no en lo que les interesa a tus hijos. A ti que eres la persona que se ve ante el espejo del tiempo, sin mirar lo que puede tener si nuevamente te vuelves a equivocarte… que les dirás a tus hijos; que lo sientes, que  no pensaste en ellos y que solo pensaste en ti. Sí, a si fue; porque tu juventud te lo pedía para satisfacer tus deseos y, no piensas en que ese tiempo; aunque fuese poco sería lo suficiente para que al final de este tú fueses ya una señora mayor.

Pero esto viejo amigo no se tiene en cuenta, solo nos vemos ante el espejo, sí,  ese que nos engaña cada vez que te miras y él se ríe, se burla de tu juventud, ese que te hace parecer bella, si muy bella y tu sin mirar que ya en tus cabellos tan negros ya aparecen algunas canas que quieren decirte, ya no eres y tan joven y no miras a los que tiene tú  detrás de ti. Inclinándome a su cabeza, le doy un beso y, este al sentirlo arrima su testa a mi boca. Él se siente querido y tan dichoso que hasta se mueve y, se ríe al ver que yo tengo toda la razón y que en esta vida no nos vemos nunca viejos, aunque a decir verdad lo somos. Acaricio sus orejas, y le digo: Vámonos viejo, que se nos hace tarde y tenemos que recogernos del frío de la soledad. Él se levanta antes que yo, y desde el suelo le digo; ayúdame que  yo también soy viejo como tú.

El forjador de sueños.

José Rodríguez Gómez. El sevillano