El señor de los gorriones
El silencio y la soledad invaden la habitación de muestro personaje.
A sonado su viejo despertador, y a duras penas lo ha conseguido parar. Es la hora de levantarse y la de salir a dar su paseo matutino. Encorvado y con dolores de su espalda se ha levantado y acto seguido se lava su cara, se mira al espejo y este se burla de él, y le dice… viejo. Vive solo y nadie le puede ayudar. Una pequeña tostada con un chorreón de aceite, este es su desayuno diario, un café bien cargado y una poquita de leche. La mañana esta buena, pero hace frio, aunque el sol quiere iluminar toda la cuidad con sus rayos del final del invierno. Se ha puesto su abrigo, una gorra de paño, y una bufanda en su cuello para evitar que el frio pasa a su cuerpo. Antes de salir de su casa ha cogido su tercera pierna, y es un bastón de madera que le sujeta ya que sus delicadas piernas se le tambalean muy a menudo.
Sierra su puerta, mira hacia un lado y después al otro. Comienza su caminata, si es que a esto se le puede llamar de tal manera. Su recorrido es de unos trescientos metros, pero es poco para una persona joven pero no para nuestro personaje el cual tiene muchos años. Cada día hace el mismo recorrido. Él se va cada día pasito a pasito lento al mismo sitio de siempre. Este es una plaza la cual tiene en el centro de la misma una fuente con peces de colores, y además está rodeada de árboles en los cuales anidan miles de pajarillos de todos los tipos que uno se puede imaginar. Hay muchos bancos en esta bonita plaza, según nos cuenta que este lugar es suyo; dice que él fue uno de los trabajadores que ayudo a que se realizara, y que estos bancos están realizados con piedras de cantera.
Cuando lo ven aparecer por su plaza todos los niños salen corriendo en su busca y llamándoles abuelito, abuelito…
Le gusta que lo llamen a sí. Nos cuenta que él es abuelo, pero que por culpa de las circunstancias de la vida pues no los puede ver y tenerlos cerca de él. ¡Abuelito cuéntanos un cuento… si un cuento! ¡Yo quiero el de los gorriones! ¡Yo, el de los peces! ¡yo, el de los niños! Cada uno prefería que les contase el que más se recordaban, pero todos lo querían que fuese el suyo.
¡Bueno, bueno, no os preocupéis…que yo esta mañana cuando salía de casa os traigo uno nuevo a si todos quedaréis contentos con el nuevo cuento!
Cada uno le preguntaba una cosa, y a todos les sonreía, y les daba las gracias por hacerle estas horas tan feliz como siempre con su queridas compañía.
Abuelo que estás pensando… por qué no nos cuentas ese nuevo cuento. Le pregunto uno de los muchos niños y niñas que lo rodeaban.
No estoy pensando, solo espero que él se muestre ante todos nosotros para que podáis verlo, acariciarlo y darles besos que es lo que le gusta a este nuestro personaje del día.
Unos lo miraban a él, y otros buscaban en el cielo o entre los árboles para que se apareciera entre todos ellos.
¿Qué clase de pájaro sería?
Tenía los ojos cerrados, pero él notó como sus alas le acariciaba su cara, pero hasta que no abriese sus ojos no se haría presente.
Acarició las caras y las cabezas de todos los niños y como si se tratase de un hechizo o un embrujo les mostro su pájaro del sueño.
¡Oh, exclamación ente todos, se quedaron en silencio y maravillados al ver el pájaro más bonito que jamás habían visto!
Era un pájaro de múltiples colores. Pero además tenía seis alas y de cola les salían otras dos.
Comenzó a contarle la vida de estos animales que están escondidos en las selvas tropicales. En un lugar del rio amazona, donde hay muchos árboles gigantes, si nos ponemos abajo; donde comienza su tronco y miramos para arriba creeremos que se juntan con las nubes que cubren el cielo; allí es el lugar de donde sale el oxígeno que respiramos, pero hay también muchas personas malas y la están quemando, y si esto sigue así no podemos ver estas aves tan bellas. Estas preciosas aves son los que vives entre los grandes árboles.
Durante el tiempo que duró el cuento no había ni un niño que fuese capaz de mover la cabeza, y sus miradas estaba puestas en el pájaro de las seis alas…
El ave sabía cómo era el cuento, y cuando se dio por terminado la historia sé hacía mucho más grande cada segundo y como si fuese una cosa de magia fue creciendo y creciendo y cuando estuvo lo más grande que necesitaba se posó sobre el suelo y extendió sus alas para que todos los niños y sobre todo el abuelo se pudiese subir que les daría un paseo por toda la plaza.
Primero fue el abuelo, él se sentó junto al cuello donde tenía un collar de perlas de colores y un tirante de plata a donde él se agarró con todas sus fuerzas para no caerse.
¡Vamos, subiros todos no tengáis miedo, arribas todos mis nietos! Comento el abuelo.
Uno a uno se fueron subiendo y cómo era tan grande tenían un lugar para cada uno de ellos. Sería el viaje mes bello que jamás pudiesen soñar.
El pájaro de colores giró su cabeza y al ver que estaban dodos subidos levanto sus enormes alas y con unos suaves movimientos emprendió el vuelo.
Primero voló sobre la plaza adonde estaban los padres de los niños; pero ellos no podían ver el pájaro ya que este era invisible para las personas mayores y no se dieron cuenta de que sus hijos no estaban en el banco del abuelo y lo que pensaron es que estarías jugando al escondite por entre los arboles de la plaza.
Volaron por las nubes, pudieron ver de cerca al gran amazona y sus afluentes y la gran maza que conforma toda la selva tropical. Mientras volaban otros pájaros como en el cual estaban subidos se acercaros a ellos y se posaron junto a todos los niños y niñas que viajaban sumidos por el sueño.
Los sueños, sueños, son… pero para quien escucha un sueño se le hace realidad, y muchas veces los sueños se convierten en verdaderas cosas que vuelan en nuestra mente y las creemos reales. Pasado unos minutos regresaron a la plaza, y cuando terminaron de bajarse todos se escuchó la algarabía y los aplausos que todos les daban a su querido abuelito… Nadie se había dado cuenta de que no estaban los niños y que solos ellos sabían adonde habían estado durante el tiempo que paso del cuento… todos acariciando al pájaro y cuando el último se bajó, el pájaro desapareció de pronto y ninguno lo vio subir al cielo que es de donde había bajado para estar con los duendes que habitan en los cuentos de todos los abuelos de este mundo.
El forjador de sueños
José Rodríguez Gómez
El sevillano.