Mi canario: dormido sobre el estiércol del mundo, entre rejas de colores.
Entre las rejas del egoísmo.
Tú eras el preso de mi cárcel… ¡Ya… no lo eres, y noes porque yo no lo desease, yo quisiera que lo fueses y lo hubieses sido mientras yo viva… pero, solo fui tu carcelero! ¡Maldito yo, tenerte por uno de mis caprichos, y tú… cantando porque yo lo deseaba!
Alpiste, agua, y algún trozo de manzana. Cada día, cada semana, cada mes, y cada año. ¿Cuántos años viviste a mi lado… dímelo? Quisiera saberlo, pero la maldad de mi silencio te ha llevado a este trágico momento.
¿Merecía la pena vivir… que se yo? ¡Lo pienso, y me culpo por este desgraciado fallecimiento de tu alma!
En el silencio de la noche dejaste tu último trino. ¡No pude escucharte… perdóname si es que puedes! Creo no merecerlo, he sido demasiado malo contigo, pero tú sabes que yo te quería con toda mi alma… sí, ya lo sé que mi alma era y es, de acero.
Maldito yo… viéndote enfermar y seguía pidiéndote canto y cada vez que fuesen mucho más bellos que los anteriores.
Escuchar tus trinos, tus lamentos. ¿Cantabas… o talvez, llorabas… nunca lo supe?
¡Ya es tarde verdad, demasiado tarde para la persona que no tiene escrúpulo dentro de su corazón de acero!
Te fuiste en el silencio de la noche, cuando yo quizás dormía y no te busqué.
Eras blanco, o mejor dicho tenías un plumaje del color de un café con mucha leche, casi blanco.
Ese no eras tú, yo te veía bueno. No sabía que dentro de ti crecía un cáncer… un maldito cáncer que nublaba el color de tu plumaje. Cerca de una de tus alas de plata.
¡Maldigo mi sombra! Al tenerte yo entre estas rejas de acero; donde tú veías otras aves volar y, mi corazón remachado con puntas de acero negro! Sin darme cuenta que tú eras el sonido del canto. El silencio dormido en las noches de tormenta. Un rayo de luz en las noches oscuras, donde el brillo de tus ojitos eran el único reflejo que guiaba mis pasos al llegar la noche. ¡Te buscaba y cuando no te vi, mi corazón paró sus latidos, temblaba al acercarme hasta ti, y verte dormido sobre el estiércol de tus sobras hicieron aflorar lágrimas en mis ojos heridos!
Hubo una época del año en el que tu bello plumaje se perdía, y con el suave viento de la primavera. Llorabas de felicidad, yo te veía sonreír y cantando me dabas las gracias cuando te ponía un pequeño trozo de manzana.
¿Era solo lo que tu deseabas, o era mi egoísmo el que creía ver la felicidad de tu canto?
Al llegar el verano tu plumaje sé tornaba de plata fina. ¡Eras precioso, yo solo quiero recordad el pequeño pico de color rosa!
¡Cáncer, maldita palabra, y canallesca enfermedad qué a todas las personas, animales, y otros seres lo padecen! ¡Era un bulto que tenías sobre una de tus alas, y yo viéndote cantar me preguntaba! ¿te duele, sufres… ¿por qué cantas entonces, dime, si tu cuerpo está herido de muerte, y yo viéndote cantar de tras de los barrotes. Si te suelto me preguntaba… te comerá cualquier gato… es lo que deseas… así, era mejor haberte liberado, y de esta manera volarías por el cielo. El que nunca llegaste a saber de qué color era.
Recuerdo tu bello trinar, tu silencio, esperando que yo te hiciera algún ruido para que yo supiese que tú sabias que yo estaba cerca de ti. Entonces tú comenzabas con uno de tus bellos trinos. Flauta, clarinete, saxo, piano, trompeta, violín, o tal vez era el sonido del viento que dentro de mis recuerdos escuchaba de ti detrás de las rejas malditas.
Te guardaré en una cajita de plata, y dejaré que el viento se lleve tus alas y tu pequeño cuerpo flotará en mis recuerdos. ¡Perdóname, te lo suplico, jamás creí amar tanto aun ser de esta “tierra” nunca pensé que llegaría este triste momento! Llego, y tú volaras a partir de ahora y yo jamás veré tu cuerpo ni tu bello plumaje. Estés donde estés escuchare tu bello canto, el viento en las noches oscuras en el recuerdo de tus ojos veré unos rayos de colores que iluminarán mi llanto.
El forjador de sueños
José Rodríguez Gómez
El sevillano