La sombra del viento

La sombra del viento

¿Qué sombra es esa que no se puede ver?

¡Carlos Ruiz Zafón!

Tú eras la sombra del viento, nosotros no podemos verla igual que tú lo hacías.

Tú guardabas tus recuerdos en ese cementerio oculto en tu cerebro. Mecanismos para abrirlo y otros tantos para cerrar tus sueños. Y yo; ya no puedo, no tengo fuerzas para recordar lo que hice ayer.

Caminaba lento, descalzo, mis pies sangraban sin saber por qué quería hacerlo de esta manera. Es la mente que no se aclara dentro de mí. Eso mismos me dije.

Con la mirada perdida éntrelas hojas del otoño. Los árboles parecían esqueletos muertos, descoloridos y sin la belleza de sus hojas, las que hace muy poco te cubrían todo tu esqueleto perdido en la distancia de los sueños. Ha llegado la hora de buscar ese lugar dentro de ti y sin saber cómo ni adonde estoy.

La mirada perdida en la lejanía, sin encontrar a nadie a la que pedirle que me acompañe en este recorrido. Sé que me queda solo un soplo de tu viento para terminar con estos achaques que me traen loco al ver que ya no es como antes. No puedo seguir así, y tú, te empeñas en que siga haciendo un gran esfuerzo para seguir acumulando años tras años, y mi esqueleto me dice, que lo deje. Que ya no vale la penas hacer este interminable camino que no me lleva a ninguna parte. Despacio, iba muy despacio, es porque la vista no me acompaña, y temo caer de bruces sobre el suelo. Ha llovido, y los caminos están encharcado de lágrimas. ¿Son mías? me pregunté. Puede ser, hace mucho tiempo se secaron los ríos de llanto los que se podían derramar en solo uno de mis sueños. ¡Te has fijado en la distancia que hay desde donde me encuentro hasta la orilla de lago! No es mucha, pero, al pazo que voy creo que se hará de noche y no habré conseguido llegar hasta ti.

Con tres pies estoy más seguro que con solo los míos.

Cuando llegamos a este punto de la vida, mejor dejarlo, sí, deseo de todo corazón que ya es hora de cerrar el libro de mis sueños. No quiero que nadie diga de mí que era un llorón, que todo cuanto escribía eran partes de los despojos de un esqueleto sin sombra. Es verdad, ya no puedo verla como lo hacía antes de ayer. Hoy la veo encorvada, triste y desmejorada. Hay algo dentro de mí que me hace sonreír… y me pregunto. ¿qué puede ser si no quedan recuerdos de los cuales yo pueda desear posarlos en mis labios arrugados y resecos. No hay nada que me haga recuperar la vida perdida. ¡Te suplico clemencia! Dame la muerte, deseo estar cerca de ella y preguntarle, el por qué tanto tiempo en este mundo sino he servido para nada. Era un hombre, y no una preciosa mujer. Ella tenía los cabellos endrinos, los cuales le sobre pasaban los hombros y el viento se los arremolinaba sobre su bella cara y no me dejaba ver el color de sus ojos. Me dice que el viento no tiene sombras. Es verdad, no la tiene; y muchas veces yo me lo he preguntado. Desearías ser como él, así tú no me podrías ver, y yo acariciaría todo tu cuerpo, también te besaría tantas veces como yo quisiera. Hoy tengo esta idea que ronda en mi deteriorada mente. Cuando el tiempo se acaba y la luz de la noche me deja a ciegas, y tú no estás a mi lado para saber si eres tú la que coges mi mano.

Todo se destruye, lo comprendo, pero no acabo de entender para qué demonio estoy en este mundo si estoy muy cansado. Hojas de mil colores cubren los caminos a la nostalgia, a los recuerdos y a nuestra infancia; me parece que yo soy un niño pequeño que sonríe sin saber porque lo hago. Un banco, o, mejor dicho, solo el esqueleto de algo que antiguamente servía para sentarse. No te rías de mí. Tú mejor que yo sabes que en este preciso lugar nos sentábamos los dos y pasábamos horas y horas contemplando el atardecer. Hoy tú no estás, te marchaste y nada es lo mismo. El color las hojas muertas, el olor putrefacto que dejan los recuerdos perdidos en las sobras de estos tristes caminos en los cuales nadie se atreve a caminar por ellos; porque temen que el viento puede llevarte muy lejos de aquí. Tengo la desgracia que a mí no me quiere recoger. Llevo muchos años pidiendo lo mismo. Quiero cerrar los ojos, y verlas sombras de todas las cosas sin que nadie me pueda escuchar, si, escuchar los gritos de mi alma, y decir a los cuatro vientos que nada, ni nadie me quiere quitar la vida para descansar de una vez por todas. El bastón de mis manos tiembla de miedo, piensa que lo voy a dejar tirado por algún camino perdido. Y yo solo me pregunto, si no te tengo en mis manos; como voy a caminar. Tú eres el tercer apoyo que tengo. Eres muy frio, no tienes corazón y eso me da miedo, cada vez que te necesito para ir algún punto de estos oscuros caminos te llevo cogido con mis manos temblorosas. ¡me han preguntado a donde voy con el tiempo que hace. Y yo le he contestado con una leve sonrisa. ¡Y yo que sé, le dije! Camino en busca de algo que no tenga sombra. Se paró frente a mí, miró mis viejos ojos; y sonrió diciendo que estaba loco, se marchó, y después de darme un agradable golpe en mis hombros. Me dijo ¡Qué lo encuentres, pero creo que no tienes mucho tiempo para ello!

¡Esos es lo que busco! Me han dicho que la muerte no tiene sombras, que se trasparenta y la puedes ver como se ríe al llegar junto a ti. ¿Me buscabas… me dijo? Y sin decirle nada quede en silencio esperando que así fuera, que me alejase de este maldito lugar, y por favor, no me vuelvas a traer de nuevo que bastante he sufrido ya…

¿No me temes? Por qué he de temerte… le contesté. Al mirar mis ojos, comprendió que sí, que yo tenía razón para querer marcharme cogido de sus manos y que me llevase muy lejos de aquí. ¡Ven, dame la mano y deja el bastón apoyado sobre esa esquina de tu cuarto; ya no te hace falta y puede que detrás de ti a otro sí que lo pueda necesitar para buscarte en tu nuevo mundo!

Me temblaban mis manos, estaban heladas, pero si las mías estaban frías, las suyas estaban mucho más, porque ella no tenía corazón y no le bombeaba la sangre por dentro de su cuerpo. ¡al fin pude ver las sombras del viento. Era cierto que no tenía nada, era trasparente y bella, su sonrisa era casi un soplo de brisa muy suave. Su mirada se posó sobre mí, y sin hacer ninguna fuerza levantó mi cuerpo y abriendo las ventanas salimos volando por los vientos de mis recuerdos.

El forjador de sueños

José Rodríguez Gómez

El sevillano.

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