La ceguedad de mis ojos

La ceguedad de mis ojos

Hace muchos años: al principio de la era en la cual, me trajeron a este mundo; ya que no fui yo el que pidió que me trajesen, que no es lo mismo, qué desearlo. Quiero recordar que en aquellos momentos ni yo podía decir que si, ni decir esta boca es mía. Me acababan de parir: ¡Toma ya! Pero sé que había dos personas que estaban presentes en aquel dichoso momento.

Uno era alto, fuete, y de un cuerpo bastante recio. Pero era bondadoso. El tono de su voz era dulce, y sus palabras hacia mi persona me auguraban buenos resultados de los cuales yo viviría dichoso y feliz durante toda mi vida en esta tierra. ¿Palabras dichas por él? ¡Eso hay que verlo, me dije yo, y el tiempo dirá si fueron ciertas o tal vez todo sería mentira!

 Sus cabellos eran blancos, muy largos, tanto, qué le caía sobre sus hombros; hacían de él que pareciese una buena persona, y seguramente era el que mandaba de los dos. Yo en aquellos precisos momentos no podía decir mi opinión, con relación de lo dicho. y con los años vividos ya les contaré como fuero aquellas predicciones sobre mi persona.

En una de sus manos llevaba un cetro, bueno yo no podía saber para qué era. Pensé que a lo mejor me quería pegar con el palo que portaba en su mano derecha. Pero no lo hizo; mejor así, los años lo dirán si fue bueno, o mejor hubiese sido que me hubiese dado un fuerte garrotazo el primer día en el cual mis pulmones comenzaron a respirar de este aire.

Cuantas predicciones dijo de mi pequeña y diminuta persona… tantas; que no me puedo acordar de ellas.

El otro personaje: era también tan alto como el primero y si cabe, un poco más. Su semblante y de una belleza superior. Portaba en su mano derecha un tridente. Tenía algo que me gustó mucho; pero no fue aquel pincho que nunca pensaba yo que sería para clavármelo en la piel de mi pequeño cuerpo cada vez que yo me equivocase. De sus espaldas salían unas bellísimas alas, sus plumas eran de todos los colores, y mientras él estuvo escuchando a su querido amigo; se mostró bastante cauto y guardo silencio. 

Una vez terminado el comentario sobre mí; este compañero recibió de su querido y apreciable amigo; le ordeno, qué dijese su veredicto de sus palabras y cometarios hacia mi insignificante persona.

Se lo quedó mirando: y soltó una gran carcajada que retumbo en aquel pobre hospital en el cual acababan de parirme. ¡Pero era tan grande la burla, que yo al escuchar dicha carcajada comencé a llorar, y no hubo forma de hacerme callar!

Aquello fue nombrado durante mucho tiempo, nadie sabía de donde aparecieron esas palabras y aquella sonrisa tan sonora.

Menudo presagio hacia mí. ¿Qué me deparaba la vida, cuantas cosas, cuantas tristezas me esperaban de tras de la esquina de aquella cuna de hierro, que tenía tantos desconchones que el óxido le llegaba hasta el mismo suelo; ya que este era de tierra?

¡Ahí comenzó mi desdichada historia! Tenía toda la razón aquél ángel de la guarda. Oh, mejor dicho, el propio demonio que era amigo personal de este dios del que todo el mundo habla! Qué hace esto, que hace lo otro, y que no sé cuántas cosas más hace este tipo que habló de mí, en el día que me parieron.

¡Si yo les cuento cosas! Seguramente no se creen ninguna, porque de un desdichado como yo; qué historias puedo contarles.

Nacemos ciegos, nos reímos, y a veces, o tras nos callamos para no hacer reír a los demás. Miramos y vemos cómo corre el tiempo, y cada segundo que pasa nos hacemos mucho más viejo que el segundo pasado. Si, ese que hemos dejado escapar porque no lo pudimos vivir. ¡Quiero vivir de nuevo otra vez! Si de nuevo: pero no quiero hacerlo cómo la primera vez que lo hice. Yo no deseo equivocarme nuevamente, han sido tantas y tantas veces los errores cometidos. Que mis ojos no es que estén ciegos, no, pero si, que están rojos como la sangre que fluye por mis venas, y lamento tanto el haber vivido, y al ver que he tenido que llorar tanto, que me arrepiento el haberme enamorado, por culpa de mis ojos, si, ellos tiene la culpa de todas mis desgracias; y condeno a este mundo por mostrarnos la belleza, antes, que lo que se oculta tras ella, y con todo lo que he pasado… por favor, no me traigas de vuelta, si el camino por recorrer será el mismo que hice anteriormente en este maldito mundo.

 ¡Déjame ciego, que no quiero volver a ver lo que he visto en el correr de los tiempos nunca más!

El forjador de sueños

José Rodríguez Gómez

El sevillano

La paleta de acuarela

La paleta de acuarela

Hace muchos años: siendo aún, un niño, y des de hace munchos, pero que muchos años, yo seguía

soñando con ella. Cada vez que pasaba por delante del escaparate de una tienda que había en la calle hospital; yo me quedaba embobado mirándola, no había otra cosa que me llamase más la atención que aquella pequeña pero preciosa paleta. Mis ojos se llenaban de lágrimas y alguna que otras veces, me tenía que enjuagar para que la vista no se la llevasen y que me dejara verla.

¿Por qué, me preguntaba yo, si solo la había visto ponerla el tendero y ya era mía? Buen: si me la echan los reyes magos de oriente tal vez pueda ser mía. Y que ya estábamos, muy próximo a la navidad y me gustaba. La había visto en él escaparate de una tienda que vendían precislar. ¡Precislar! le llamábamos a cosas y utensilios de plástico y otras cosas como hules para las mesas de camillas; pero en el centro del pequeño escaparate estaba situada la misma y eso fue lo que atrajo la atención de mis ojos.

En este desgraciado, mundo todo cuesta tanto que a veces hay que llamar “al duende de los sueños” para que te echen una buena mano, yo era muy niño y no podía trabajar. Yo estaba en la escuela y lo que hacíamos durante todo el tiempo que estudiábamos era lo de menos, estudiar y. lo que sí que había que hacer era cantar la salve María, el credo. y él cara al sol y eso que no faltara porque si no, nos dejan salir a casa…

¡Yo soñaba con ese regalo para los reyes, si, hacía muy poco que había entrado en el grupo de desdichados de la vida! ¿Quiénes somos los desdichados… muchos y, como es natural, siempre éramos los pobres ya que el que tenía dinero; en aquellos tiempos era el rey o y otros cuantos?

Hacía mucho frío, entonces había perdido lo que yo más quería en la vida; y era: La mujer que había parido mi cuerpo, esta, era mi querida madre. Tendría yo unos doce años, y no sabía, de la misa la mitad. ¡Cuánto tendría que sufrir para que la piel de mi diminuto cuerpo se curtiese contra las atrocidades que me tendrían que hacer las múltiples heridas que jamás se cicatrizasen sobre mi desgraciado pellejo que cubre mi cuerpo!

Me había convertido sin desearlo, en un niño huérfano; pero era cierto, y que los años no serían para mí los mejores.

Mi ropa: la que llevaba puestas, no era la mejor, pero lo que si era cierto que tampoco tenía otra mejor para pasar esos momentos del duro invierno. Caminábamos por la calle, cogido de la mano de mi abuela. Esta me llevaba de mi casa ala de ella, y esta estaba muy retirada de la mía; y estaba en la otra parte del pueblo. Mi casa era tan pequeña que para estar todos juntos cabíamos estrechamente, pero a si era mi casa por llamarlo de alguna manera.

Poco tiempo, acaso, solo unos meses de ese maldito día que jamás se podrá olvidar de mi mente.

Murió cuando no estaba yo presente y cuando me fueron a buscar; estaba yo en casa de mis otros abuelos, los padres de mi padre. Entré en la habitación donde estaba su Querido cuerpo… ella al llegar yo; no hizo movimiento alguno, ni al sentir mis llantos, y no notar sobre su cara las lágrimas de cristal que salían de mis ojos como si fuesen dos ríos desbocados. ¿Cuántos somos los que la vida nos deparo estas tristes horas, y de las cuales, solo quedan las heridas producidas por ese maldito viento que arrastra los sueños en los cuales hemos estado viviendo durante el resto de nuestras vidas?

 ¡Pinté tantas cosas con ella que solo quedan viejos recuerdo de esos descoloridos dibujos que yo hice en mi infancia! ¡Pero, jamás volvió! Cuantas veces he llorado y después de haberlo hecho, me pregunto, ¿ha valido la pena hacerlo? qué se yo, tal vez el día que mi cuerpo se retire al rincón donde están las hojas muertas tal vez sí, que pueda verla. Mientras tanto todo se quedará en un bello sueño…

José Rodríguez Gómez

El forjador de sueños

El sevillano-