Llorar

Llorar

El hombre que llora: ¿Qué es?

¿Es hombre, o es alguien que pierde los sueños cada vez que ve, que oye, que piensa en sí mismo, o tal vez ya no sea ni tan siquiera, eso, un hombre?

Miras á trabes de los cristales de nuestros ojos, y sin saber el por qué… lloramos, sí, es verdad que lo hacemos, se derraman por nuestras mejillas arrugadas, ríos de agua cristalinas, sin saber qué es lo que somos cuando cruzamos el tiempo de nuestra vejez.

Algo oscuro, sin luz, sin sentido, sin saber cada segundo de nuestra vida cómo se va acrecentando la cuesta abajo…

¿Es bonito, es bueno, llegar a esta edad que no sabes qué día es?

Sí, en esta vida hay de toda clase de hombres, de todas formas de ser; y ente ellas hay muchos, yo me encuentro entre ellos, y cada vez que escucho algo, y esto me llega dentro del corazón. ¡Hala, a llorar como si fuese un niño que le han pegado, o tal vez, lo hace sin saber el motivo! ¿O es que su mente se ha vuelto loca, y no sabe el por qué?… De ahí viene mi pregunta: ¿Ser o no ser: esta es la cuestión; de estas personas que ya no damos la taya, si, es cierto no la damos, porque nos parecemos a las mujeres, pero no a todas, no,  si no algunas que por cualquier cosa, ellas se defienden con estas lágrimas de cocodrilos, como se dice en algunas partes de esta piel de toro?

¡Podría ser que esto de la piel de toro tenga algo que ver con este tema! ¡Qué pena, ser viejo! Si, es una pena llegar sin haber llegado en toda plenitud de factores, y que cada persona viva cuanto ha de hacerlo pero con una fuerza que valga la pena ser un hombre en todos sus conceptos.

 ¿Morir, sería bueno: si no sabemos para que vivimos, creo que es mejor morir; ya que de pena sí que morimos cada segundo de nuestra soledad?

¡No tengo miedo a mi soledad; no, no le tengo, tengo miedo a vivir sin saber por qué lo hago y para qué estoy en este mundo!

Caminas muy lento, si, es la puara verdad, lo hacemos y cada paso que vas dando, ves, miras, y al pasar alguien por tu lado; te das cuenta, que todo, se te ha terminado y solo te queda un viejo banco, si, un viejo banco, descolorido, destartalado, y casi sus patas no pueden sostener el peso de tu huesos.

Este banco está situado y amparado bajo la sombra de un árbol que están viejo como tú, e incluso mucho más de los mochos que caminamos despacio, ya que nuestro cuerpo no nos permite seguir el ritmo de la vida y quedamos retrasados al laberinto vertiginoso de este maldito mundo.

¿Qué es lo que pesa más de mi cuerpo: los años, mis huesos, o los huesos invisibles que te pusieron en el largo tiempo que has vivido; si es que a esto se le puede llamar vida?

Solo el perfume de las rosas te hace girar tu cabeza, para poder sentir ese aroma que despierta tus sentidos. ¿Para qué?

El tiempo que pasa a nuestro alrededor es algo que nos confunde muy a menudo. Nos creemos, fuertes, dóciles, blandos y rectos, y nada de lo pensado es cierto. Fuertes: ni tan siquiera de nuestros recuerdos. Dóciles: nos dejamos embaucar por las dulces palabras de las mujeres.

Rectos: en que parte del cuerpo estamos rectos. En ninguna; ya que ni nuestra sombra es recta; eso pasó a la historia del pasado y ni siquiera revolviendo el baúl de los recuerdo y lo encontraríamos por mucho que busquemos.

¿Qué nos queda? ¡No lo sé, tal vez a alguien le gustemos! Nos creemos las mentiras como cuando éramos niños. Esos cuentos de los duendes, y soñábamos de qué haríamos cuando fuésemos mayores.

Pues bien: yo, llegue y creo que me arrepiento de haberlo hecho, sí, lo sé. Eso de ser, o no ser; tenía mucha razón. Él qué pronunció tales palabras. ¿Y qué era lo que querían decirnos con ello? ¿Viviste ese tiempo que arrasó el viento? ¡Se fue, verdad, sí! ¿Qué ha quedado de todo? Nada, solo la sombre de un despojo que camina muy despacio, y que no puede levantar los pies sin que sean arrastrado y levantando el polvo que cubre los caminos del silencio. Te puedo hacer un pregunta, señor. Hazla.

¿Por qué te casaste con esa mujer? ¿Quién eres? Le respondí. El silencio cubrió mi miedo y despertó mi mente; porque esa misma pregunta me la hiso una siquiatra hace muchos años.

Durante años, estuve loco, sí, es cierto que lo estuve; ya que mis ojos no me daban respuesta a la locura cometida en mi juventud. Belleza exterior, sin mirar el interior humano. Quien había vivido dos veces para saber tanto de la belleza. ¡Solo una vez: yo deseo volver a vivir para intentar no equivocarme de nuevo y no tropezar con la misma piedra que me hizo caer en las profundidades más negras de esta desgracia vida mía! ¿Solo yo: he sido yo la única persona que le ha tocado vivir esta vida tan desgraciada, y al dar con esa persona que te arrastra a lo más profundo del abismo? Creo que he sido el único, por eso creo que lloro, y no ser el por qué. No te lo puedo decir; ya que mi llanto es tan grande y tan débil que nada me hace reír, nada me hace recordar algo bello en mi dilatada caminata por caminos solitarios y mugrientos.

He tardado mucho en llegar a este banco. Tras de mí, he dejado un reguero de pisadas deformes; que en vez de ser las huellas del pasado, es un laberinto de pisadas que ninguna ha dejado marca de mi tiempo que he estado enterrado en esta tierra que llaman, Granada.

Los niños juegan, revolotean como si fuesen pajarillos, pían y cantan, pero no se dan cuenta que yo también estoy en este mundo. Sólo, soy la sombra de un viejo árbol: ellos pasan por mi lado sin mirarme, ni me dicen nada, ellos juegan, sonríen entre ellos; niños y niñas se cogen de las manos, se dan besos en sus labios como si fuesen mayores y, se les puede oír sus risas encantadoras y el perfume que esparcen; y ese olor llega a mis entrañas. Esto me hace soñar: sí, es cierto que me hace soñar, claro que yo también podía ser uno de esos niños…

Pero no lo soy. ¿Para qué estoy sentado si pierdo el tiempo llotrando y sin que nadie se apiade de mí? Ser un viejo que te arrastra el viento y te arremolina en unos rincones oscuros, malolientes donde se pudren las flores que un día fueron bellas, o creo haberlo sido. ¡Tal vez nunca lo fui y por eso la vida me ha maltratado dándome huesos en la frente! ¡Claro erra bella, y yo, ciego!

El forjador de sueños

José Rodríguez Gómez

El sevillano.

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