La vela de las estalagmitas
Cada persona al nacer, somos eso, una pequeña vela. La mía era de aquellas que se colocan sobre el aceite con agua, sobre una taza, o un platito pequeño, y el día que la encendieron casi se apaga. No era posible mantenerla encendida, había que mirar que no estuviese abierta ninguna ventana y que las puertas estuviesen bien cerradas para que no entrase nada de viento, y solo con una simple brisa se apagaba. Yo era muy débil, muy chico, muy feo y casi deformado; solo tenía, mucha cabeza; y mira que hoy en día la tengo más bien pequeña, quiero decir la cabeza, lo demás ya no puedo vérmelo, así que no sé si es grande o más bien pequeña… En aquel lugar; ella era la única que quería, y deseaba de todo corazón que yo estuviese con ella; la maravillosa mujer que me pario, era la única persona en aquel inhóspito lugar y además muy lúgubre que lloraba por mí. ¡Le he preguntado muchas veces! ¿El por qué me trajo a este maldito mundo? Aquí solo viven los malos, las personas que son buenas, solo están para sufrir en esta tierra. ¿Y si no me crees, mira a tu alrededor, y veras que esas muchas gentes que te rodean son las que salen adelante, como sea, a base de hacer cuanto es necesario para sobre vivir, y al resto, lo pisan, lo entierran bajo sus poderosas botas de caminar por el asfalto caliente que se hunde al ser pisado.
Estos ya nacieron siendo velas, o más bien, cirios, de esos poderosos que se ponen en el altares de las iglesias. Unos son de colores, y a otros le hacen dibujos para que sean mucho más hermosos y vistosos que los demás.
¡Yo soy esta pequeña y pobre vela! La del platillo con el poco aceite que había en aquellos tiempos.
Un hospital para los pobres, sí, allí nací, y para que se mantuviese encendida qué trabajo di; y yo me pregunto ¿Si tanto costo tenerme con vida? ¿No hubiese sido mejor dejarme morir? Para lo que he vivido en este mundo no merece la pena haber nacido.
Han pasado los años y me arrepiento de haber estado en este desgraciado mundo.
Hoy, al cabo de los muchos años que tengo, miro la vela de mi cuerpo, y sigue encendida. Eso que en esta vida he tenido tantos avatares que no sé cómo es posible que la mecha se mantenga viva. Por muy fuerte que hayan sido el viento y las grandes marejadas; no se ha apagado; con lo mucho que yo deseo que lo haga.
¿Cuántos años hace de ese día? Qué más da, los he vivido, si así se puede llamar el haber estado en este lugar. ¡Si yo contase, todo cuanto he pasado, creo, que yo sería un libro, y que su peso costaría trabajo tenerlo sobre las manos, y con las muchas hojas de su cuerpo se nos caería de ella! ¡Esto ha sido culpa de mi madre; si de esa hermosa mujer que me trajo aquel día fatídico!… Pero sigo aquí y por eso les cuento esta pequeña historia de mi vida.
¡Sigue encendida!… ¿Te has propuesto que yo viva hasta que a ti té de la gana verdad?
¿Cómo he de pedirte que me dejes descansar de una maldita vez?
No te das cuenta que no he valido para nada en este mundo, no has visto muchas veces los malos momentos que he tenido que tragar, por qué, tú y sólo lo tú lo has querido. Hoy, de rodillas te lo pido. ¿Déjame descansar de una vez, haz el favor, y llévame a ese mundo donde viven las personas que son como yo? Las que sueñan con todas las cosas bella que sé que hay en este mundo, con las flores de colores, con las bellas mariposas y con los duendes que se esconden tras de una pequeña ramita de romero.
¿Has visto mi cuerpo? Sabes lo que son las estalagmitas, te das cuenta como corre lentamente la cera por sus paredes, y se van arrebujando sobre la corteza de su cuerpo. Ves como sólo soy arrugas, y no es un cuerpo bello y bien formado, todo es el sobrante de una vida, sí, de lo que queda de ella, y que si la enciende de nuevo hay que ponerle en el centro una nueva mecha; y la mía, está quemada, y sobre todo achicharrada, ya no queda nada de ella.
Eso soy yo, solo una vieja vela, la que un día la encendieron y después de tanto caminar, solo vivo del recuerdo, de los sueños y de las muchas cosas que hubiese deseado haber vivido, y creo que muchas de las borrascas que tengo en mi mente, y que están en mi baúl de los recuerdos todo, son casi todo, es mentiras y, nada de la verdad puedo contar ya que si lo hiciese dirían que no es cierto, que estoy loco,
¡Un número: dicen que son los años que tienen la vieja vela de mi barco! Qué sabrán de mí, los que cuentan esas cosas. ¡Ya no tengo ganas de vivir, solo deseo de todo corazón, que llegue ese viento del sur, que me lleve consigo hasta que yo pueda ver ese mar que llevamos dentro de nosotros mismos!
El forjador de sueños
José Rodríguez Gómez. El sevillano