El rastro de un viejo caracol.
Era sé una vez un viejo caracol: que tras sus pasos iba dejando una estela plateada.
A la luz de las estrellas, y sobre todo, cuando había luna llena. Era como si él desease que todas las personas que ya pasamos de los treinta le siguiésemos, y que al mismo tiempo, fuésemos a su lado en su lento caminar y, junto a él le escuchásemos los múltiples recuerdo que en su corta vida iba guardando dentro de su pequeña cabeza.
¡Hoy ya no tengo esos treinta años, no, no los tengo, pero sí que tengo muchos más que él y, creo que yo también tengo tantos y tantos recuerdo!
Las personas cuando llegamos a esta edad; de la cual, no quiero ni recordar los muchos años que hay en mi viejo cascaron.
Él deja una estela del color de la plata, y cuando se abre la mañana y después de haber llovido se le forman gotitas de perlas de cristal y brillan con los primeros rayos del alba.
En silencio, sí, en silencio hace su fatigado caminar, sin hacer ruido alguno, pasa por este mundo, y nadie le ha escuchado quejarse de su pesada carga, ni del dolor de sus viejos piececitos que lo arrastra sin descanso, hasta que llega aún lugar donde hay un riachuelo de aguas cristalinas.
Sacia su sed, una sola gota de agua es suficiente para calmar el llanto de su silencio.
¡Le tengo envidia, si, es verdad que se la tengo! Yo llevo viviendo mucho más tiempo que él, y me quejo de todo, sin embargo, a este amigo silencioso; nunca me dijo que era triste o que era feliz. ¡Qué envidia le tengo!
Él y otros muchos caracoles, fueron los que forjaron el camino hacia velen.
Sí, es cierto qué fueron ellos los que lo crearon, y a si, los reyes magos de oriente fue que al mirar desde lo alto del firmamento vieron relucir ese camino plateado que conducía hacia un lugar muy lejano; del cual yo no les puedo hablar, ya que nunca estuve en tal sitio y tampoco tengo tantos años como para haber estado en ese preciso momento.
Hay un camino para todas las personas, y para todos los seres de poblamos esta tierra nuestra. Unos son plateados como los de este pequeño amigo nuestro, y otros son mucho más grandes y aparatosos. Como es el camino de los elefantes.
¡Los hombres también dejamos una estela, lo que ocurre, es que la nuestra, está formada por una serie de sombras que se pierden en la oscuridad de la noche! A si, nadie sabe qué fue de tal mengano o de tal fulano; ese que hace tiempo que no escribe, ni nos cuenta sus sueños.
Nuestro querido amigo lleva en su cabeza un par de cuernecitos que son sus ojos, y en cambio, los hombres, también los llevamos; pero estos ojos, fueron ciegos y con el paso de los tiempos; seguimos tan ciegos como el primer día que nos trajeron a este maldito mundo.
Estoy muy viejo; aunque no lo quiera reconocer y, si almeno dejase una estela. ¡Me da lo mismo del color que sea, pero que se pueda ver desde las estrellas! Sería maravilloso poder contemplarla, y el día que ya no pueda caminar, por estos caminos empedrados, que los he recorrido tantas veces; que mis pies me han dicho; vasta, no puedo seguir con tu tristeza. ¡No ves a tu viejo amigo él caracol, que sin haberme contado nada de su vida, él ni dice que es viejo, se calla, y con una suave sonrisa me da los buenos días para mí, y para todo aquel que se cruza en su camino! En cambio tú, te quejas, lloras. Yo se que tú también dejas una estela, lo que te pasa a ti, es que tú la vas regando col lágrimas de sangre, de un color, roja, embarrada por el polvo del camino que te tocó vivir.
Todos los seres de la tierra hacemos lo mismo que este diminuto animal. Lo mejor que él tiene, es que siempre lleva consigo su buena casa. No le hace falta que nadie le de cobijo, ni que le ponga un plato sobre la mesa, ya que luego, este plato, se multiplica por cien al haber sido prestado y no entregado de corazón solo por hacer el bien al hambriento. ¡Tú quieres que yo te siga! Soy yo el que te pido que seas tú el que sigas tras mis pasos. ¡Si, lo sé, que yo corro muncho más que tú: pero me caigo muchas veces y tú en cambio nunca te caes! Tú caminas despacio. A ti y no te importa el tiempo que tardes en llegar adonde tú quieras. Para ti el paso de los días no lo cuentas, tú sigues caminando, y cuando lo deseas, te paras, miras a tu alrededor, sonríes, comes, duermes, y nada ni nadie te influye en tus sueños. Tú no despiertas por la noche. En cambio yo, no duermo, pienso y lloro en silencio, me maldigo tantas y tantas veces que no quiero seguir viendo en este mundo tan maldito que me ha tocado vivir.
¡En estos días de felicidad, en casi todas las casa y digo en casi todas, porque en la mía no lo es, y no ha entrado esa luz que ilumina todos los rincones de un hogar! Creo que en muchas, si en muchas más de la mitad tampoco son tan felices como tú. ¿Dime, cómo puedes tú vivir en el silencio de tu vida, dímelo… como lo haces; para vivir sin haber llorado ni una sola vez? ¿Cómo se puede vivir con tu pesada carga, sin dar un solo grito; pidiendo que alguien te quiera? Yo no puedo hacerlo, pero si te puedo decir que al final del camino nos veremos. Yo destruido y de ti solo quedara tu viejo cascaron, y dentro de él… solo habrá un recuerdo de estos días tan felices que viviste en esta tierra. Y sobre todo en estas señaladas fiestas donde la felicidad ha de llenar cada rincón de las casas de toda la humanidad. El forjador de sueños. José Rodríguez Gómez el sevillano.