El barrendero del parque
Con los años que llevo haciendo este trabajo: y la gente me maldice. Este miedo que tienen de mí no lo sé… y yo me digo. ¿Por qué me temen, en mi interior me pregunto muchas veces, y siempre, la misma respuesta: no tengo otro oficio, algo tengo que hacer para ganarme el sustento? ¡Qué más da lo que yo haga!
Vivo solo en este mudo, sí, sé que voy mal vestido, con unas ropas remendadas; unos dicen que huelo a muerto, otros a estiércol y con el paso de los años tengo tantos sueños en mi cabeza que al caminar voy hablando conmigo mismo; a si les doy algún tema para que hablen mal de mí y que digan cuanto quieran, yo sé que no hago mal a nadie.
Estando en este mundo solo como estoy, sin nadie que te espere cuando llegas a tu casa, aunque sea una choza, pero es tú morada, qué más da, sea lo que sea, pero las malas lenguas siempre tienen que hablar de todo cuanto concierne a otras personas. Ya que a sus vidas que son las que ellos no quieren que nadie pueda decir nada al respecto. Qué les importa a ellos, sea lo que sea y lo que yo haga, y sobre todo son las personas las que me critican, me temen, me odian, y tampoco me importa a mí que lo ellos digan. Solo quiero que sean ellos, sí, ellos y son esos gorriones que me ven cada día a cada hora, ellos son los que yo quiero que hablen de mi. Lo siento mucho por ellos, ya sé que los despierto. Cuando llego aun están dormidos y al sentir el ruido de mis ruedas, ellos saben que estoy en mí puesto de trabajo. Lo sé, sé que mi carro tiene un sonido muy estridente, parece la puerta de un cementerio; pero a mí me gusta. Es que los ejes de mi carro no los engraso nunca, a si, las personas que me escuchan al pasar saben quién soy, y cuál es mi trabajo. Él barrendero del parque. El sonido de las ruedas de hierro al moverse chirrían un poco, bueno, sí, lo sé, pero a mí ese ruido despierta mis sentidos y me hace soñar cada segundo del trayecto que hay desde mi humilde morada hasta este precioso parque; porque a si tengo algo que me acompañe en mi ruta por las calles solitarias de este pequeño pueblo. Pequeño pero maldito, todos me odian, me temen, sin que nadie se atreva a decírmelo a la cara; quizás por el miedo que refleja en mi semblante. Esa que tiene tantos cortes que parece el telón de un circo viejo. La que tiene arrugas de haber llorado tantas veces que los surcos se quedaron grabados en mi piel y para que cada vez que me miro, en ese espejo que tanto miedo le tengo, he de llorar de tristeza al recordar el daño que ha sufrido mi alma, pero a nadie le he contado el por qué de mi llanto.
¿Has caminado alguna vez de noche por unas calles en silencio cuando nadie se cruza en tu camino, lo has hecho, cuantas veces? Yo lo hago cada día; a y antes que amanezca y que sé despierte al alba estoy en la calle. Frio, calor, lluvia, trueno, tormenta y relámpagos, nada me importa, lo que si hago cada vez que me hayo en la oscuridad de la noche es mirar al cielo, y viendo las miles de estrellas que iluminan el firmamento siento dentro de mí la felicidad de saber que no hago nada contra nadie. Estoy caminado por estas míseras calles y al paso de unas horas estarán llenas de personas. Unas pocas, buenas y muchas malas que no se preocupan de bien de nadie sino todo lo contrario, la maldad hace que maten, que ensucien este mundo donde hay tanto por limpiar, y esto lo que hacemos unas pocas personas dedicadas al recoger la basura que otras muchas las tiran.
¡Despreciado por casi todas las personas que me ven!
¿Es injusto que a si sea; verdad, ser lo que soy y de lo cual no creo hacer mal, y tampoco sé el motivo por el qué se me desprecia, sé me insulta, me dicen asesino… y no he matado a nadie; al menos por lo pronto? ¡Tal vez un día sí que lo haga y será entonces cuando han de calumniar mi vida y herir mi alma, entonces que más me da a mí, digan lo que quieran decir! Mientras tanto déjenme soñar, que no hace mal él que no abre su boca para dañar a nadie en este mundo.
Para limpiar el recinto del cual soy el hombre que lo cuida, que lo arregla, él que recoge sus hojas podridas y las retira para que cuando lleguen los niños esté limpio y que sus madres se sientan orgullosas de que puedan correr, jugar y sentirse felices al estar en este precioso jardín donde miles de pajarillos cantan viendo lo felices que son todos los niños y niñas en este bello lugar.
Es muy temprano, casi no es de día, pero desde mi casa hasta el lugar a donde he de ir me queda un poco retirado, y por eso prefiero levantarme pronto a si cuando llego… es la hora de comenzar.
Unos me llaman el barrendero, otros el enterrador, no sé por qué me dicen tal cosa, y los menos… ni me llaman, esos solo se ríen de mi porque llevo conmigo un carro de hojalata que al ser empujado hace tal ruido que creo despertar hasta los gorriones que hay en este lindo lugar.
Sí, sé que huelo a podrido, y todo tiene su razón de ser, recojo las hojas muertas del parque ellas están en un rincón donde se arremolinan, y yo al llegar escucho sus lamentos y sé también que huelen a podridas, y ese, es olor que sé impregna en mis ropas y no hay forma de que yo se las pueda quitar.
Si alguna persona entrase en ese lugar, sí, en el cementerio de las hojas caídas, esas que se desprenden de todos los árboles cuando lega esa fecha maldita para ellas, y comienza el frio invierno, yo las escucho llorar. He visto sus lágrimas correr por su delicada piel, la que están arrugadas por el tiempo. Lo mismo me pasa a mí, cada vez que me miro a mi viejo y querido amigo, el espejo de mi soledad. Ellas me ven pasar, pero muchas madres agarran a sus hijos de las manos para que no se suelten cuando yo paso… ¡Me temen, sí, sé que tienen miedo de mi, pero al ver tales comportamientos, lloro! Ellas piensas que no soy una persona. Que sin saber mi vida critican y yo a nadie le hice daño. Mira que tengo cosas por dentro de mi deteriorada alma, si supieran que cada vez que siento desprecio de mi persona; que si le hiciese caso a todo cuanto dicen de mí, seguramente sí, que me tendrían que temer, pero de verdad… no he creado este miedo, no he sido yo; sino mi mala presencia al ver que llevo ropas de las cuales nadie quiere ponérselas, yo las recojo de esos contenedores donde las tiran todo aquel que luego me critican. Yo siempre digo que si los zapatos de un muerto me vienen bien, yo me los quedo, y son muchos los pares que tiran, y cuando paso miro en su interior y los recojo. ¡Tengo tanto zapatos que puedo vivir la vida tantas veces como pares tengo guardado!
El día es gris, está lluvioso, el agua no es que sea muy fuerte, es un chiribiri que ni deja de llover, ni tampoco sales el sol. Es la hora de recoger las hojas que se han juntado en ese lugar; que hasta yo le tengo miedo, pero no me queda más remedio que atender a mis obligaciones como encargado de tener en perfectas condiciones este parque. Cuándo estoy llegando, siento sus voces que se dicen unas a otras. ¡Cuidado que ya viene, tener cuidado que este tío nos recoge sin miramiento y sabemos que nos hiere a cosa hecha! Hasta estas desgraciadas hojas me temen. Cuido mucho de recogerlas con el mayor de mis cuidados, sé que ya no tienen vida, lo sé, pero también sé que la tuvieron y haces unos días se cayeron de sus ramas y el viento las arremolina en este preciso lugar.
Traigo conmigo mi viejo carro, cuando estoy llegando ellas, se juntan cómo si quisiesen gritar asustadas, pero sus voces son pocas personas las pueden escuchar cómo yo lo hago y, cuando las recojo con mi recogedor intentan escaparse y, yo les digo con una voz suave bajo la lluvia… ¡No temáis: que no deseo haceros daño, solo quiero que no estéis esparcidas por todos los rincones a sí pueden soñar! Sé que ya no tenéis corazón pero un día no muy lejano lo tuvisteis.
Es triste verse como estas pobres hojas de los sueños. Hace muy poco de tiempo, ellas daban sombras para que las personas se sentasen bajo su palio verde. Hombres, mujeres, enamorados y personas viejas que se escondían entre sus ramajes para decirse que se amaban, y que jamás se olvidarían, estos envueltos se quedasen el perfume de sus pieles bajo los secretos del silencio, y además tomasen el fresco. Ha pasado el tiempo y este es inexorable y nada de lo que deseemos se puede atrever a llevarle a contraria al destino. La vida nos da unos cortos espacios de tiempo y cuando llega nuestra hora; se terminan los sueños y nuestra mente se queda dormida en este espacio maldito de los viejos recuerdos que con mucho trabajo quiero recordar pero mejor no hacerlo ya que solo me traen heridas que no dejan de sangrar y queda manchada el perfume de las hojas muertas.
Una vez recogidas las llevo al crematorio y es cuando gritan desesperadas pero no les puedo hacer otra cosa, he de recogerlas y en vez de amontonarlas las tengo que quemar. Sé que no les hace ninguna gracia, y por ello me llaman asesino. ¡Si ellas supiesen que lloro tanto al tener que hacer tal cosa, si lo supiesen, otra cosa dirían de mí!
Abro a puerta del horno, este chirrea cómo lo hace la rueda de mi carro; aquí todo hace ruido, tal vez la persona que hiso tal cosa no sabía que todo cuanto vive dentro de este mundo tiene su pequeño corazón. Sabemos que no todos nos damos cuenta de esto; pero yo que soy el hombre encargado de quemarlas, y después huelo a muerto y no sé la manera de poder quitarme este impregnado olor.
Las cenizas las esparzo por el suelo, a las hiervas les tiño sus pequeños cabellos, se los pinto de blanco y parecen que las que hace muy poco que habían salidos, ahora ya son viejas y creo que tiene los mismos años que tengo yo.
Ablando de años… ¿Cuánto tengo? No lo sé, pero he de tener muchos. ¡He vivido tantas vidas que he olvidado la primera que estuve en este lugar!
Hoy no quiero llorar más, quizás otro día os cuente mis daños, míos recuerdos y lo que me hace sentir el mismo dolor que sienten estas hojas muertas. Sí, lo están porque soy yo el que las quema en este mísero y lúgubre horno donde también un día, no muy lejano se quemará mi cuerpo, y quemaran mis huesos. Mis cenizas serán esparcidas por los caminos donde un día camine y entonces nadie dirá que son mías estos restos que terminaran en un lejano estercoleros adonde se juntan esas hojas muertas y esa basura que un día yo recogí con mis propias manos.
El forjador de sueños
José Rodríguez Gómez
El sevillano.