El barrendero del parque segunda parte.

El barrendero del parque

Segunda parte.

Hay noches, en las cuales, no soy capaz de conciliar el sueño, por ello, me acuesto muy tarde, y cuando he dormido unas tres o cuatro horas como máximo; despierto y, no soy capaz de dormirme de nuevo. Es  el momento que más miedo me da en todas las horas de la noche. Me tiemblan todo mi cuerpo, y el sudor brota por cada poro de mi piel. La noche se hace interminable, doy vueltas y más vuelta entre las viejas sabanas de mi camastro.

Durante el día lo paso en lugares que nadie conoce, y tampoco quiero que ellos lo puedan ver, ni sepan en qué lugar del parque se hayan estos sitios donde yo mismos siento terror. Durante todo el día no pienso en mi vida, me limito hacer mis labores y de esa manera no tengo deseo de recordar tiempos pasados.

¿Has estado en algún momento de tu vida con los ojos  abierto de par en par?… Buscando en la oscuridad de la noche, cualquier ruido que tu mente siente, se te encoje el corazón, al no saber de dónde viene y quien ha provocado ese insignificante sonido que te es extraño. Te tapas la cabeza, tiembla el corazón y el brillo de tus ojos, hacen de linternas entre las sombras de lo incierto, y escondes tu cuerpo bajo las frías sabanas en las noches del triste invierno.

Es triste vivir en la soledad. Hay cosas que un hombre no debería hacer jamás, y es, estar solo, sí, solo; peor es vivir sin que nadie te de los buenos días, y ni que te dirijan la palabra. Al ver que tu cara, y tu cuerpo,  les dan miedo, y se crea un pavor y una aureola sobre tu figura que solo con verte las personas de bien, se dan la vuelta o se cruzan al otro lado de la calle, para no pasar junto a ti.

¡Cuando esto te pasa a menudo, te lo preguntas, sí, y no  una vez, no, sino muchas veces! Hoy he estado en uno de esos lugares que hay en todos los parque, sí, en esos que parecen que durante todo el día reflejan los rayos del sol; pero hay rincones donde no dan esos rayos y solo las sombra reinan a sus anchas durante días, semanas y años; sin que nadie se acerque, ni siquiera, un solo parajillo se pose a cantar en unos de los muchos árboles que cubren estos lugares. Cuando me hayo en mi soledad, les pido, que se paren, que me canten para mi, aunque solo sea unos segundos, no, no es a si, ni por  equivocación lo hacen.

En la soledad de la noche, hay momentos, que no puedo dejar de pensar.  Me duelen mis ojos de haber llorado durante mucho tiempo, recordando tiempos pasados de los cuales no quiero ni pensarlos del daño que me infringieron sobre mi cuerpo y sobre todo, sobre mi alma y mi dolorida mente. Hoy les quiero contar algo de lo que me posó en esa parte de mi vida.

Un lugar de mi parque, sí, a si lo llamo; por que en verdad soy su dueño.

Caminaba lento, empujando mi carro de hojalata, sus ruedas de hierro, al pisan alguna de las pocas piedras que hay en todo el recinto, las llantas hace un ruido de metal y en el silencio suenan como si fuesen dos campanas que tocan a muerto. Cuando esto ocurre, y está cerca algún pajarillo sobre su nido, este sale volando, pensando que yo soy el que los mata, que soy el enterrador como todos me llaman, pero no es cierto. Yo quiero mucho a estas aves; ya que son la única presencia que me acompaña en mi trabajo y los cuales, son, los  que me dan compañía en las horas tristes de preso. ¡Qué es lo que yo soy en este lugar, el preso, sin saber cuánto tiempo me queda de condena!

Había llegado a este lúgubre rincón. Era media tarde, la luz del día se apagaba rápidamente, unos nubarrones se acercaban a gran velocidad, haciendo que la luz de la tarde se apagase en pocos segundos para que se me hiciese de noche.

El viento soplaba con unas fuerzas endemoniadas, y las ramas de los árboles querían romperse. Yo tenía que recortar unas hierbas que crecían sobre uno de los lugares más recónditos de mi vida.

Detuve mi carro, estaba cerca de la muralla que rodea este lugar. Hay una puerta de hierro, esta tiene unas bisagras que se engrasan menos que las ruedas de mi carro; que ya es decir, pero si es cierto que esta pequeña puerta hace años que no se abre, y hoy quiero cortar esas malditas enredaderas que pueblan este lugar y que con sus hojas de múltiples colores están poblando todos los árboles y todas las rosas que aquí se  crían.

Muy lento, sí, camino despacio, me da miedo, lo sé, pero no tengo más remedios que hacer el trabajo que me corresponde. ¡Este sitio me da escalofríos! Quiero agarrar el cerrojo, pero me tiemblan mis manos, y este temblor impide que yo pueda abrir la cancela que lo cierra. Tomo el cerrojo y cuando intento abrirlo noto que está muy oxidado, me cuesta trabajo moverlo, pienso en voz alta, y si alguien me escuchase; diría que estoy loco, porque estoy hablando con una vieja puerta y esto lo hago para quitarme el miedo que corre la piel de mi cuerpo. Por más que lo intento no la puedo abrir; pero lo he de hacer cueste lo que me cueste.

 Se ha cerrado la tarde, un relámpago me hace temblar, la luz de este ilumina todo el recinto y por más que quiero entrar y terminar cuanto antes esta faena, no sé cómo hacerlo. Con todas mis fuerzas lo intento una y otra vez, y cuando me quiero darme por vencido; este se abre solo, como si algún fantasma me hubiese ayudado. Sé ha corrido el cerrojo, yo en silencio me he quedado mientras estaba haba hablando con mis miedos.

El carro estaba a mi lado, y yo casi detrás de él. ¡No sé qué hacer, me digo a mi mismo! Un nuevo relámpago ha iluminado el lugar. La puerta está cerrada. No sé cómo, ni por quien… pero esta se abre de par en par, haciendo un chirrido que estremecería hasta los muertos de un cementerio.

Para no caerme, me había agarrado a los varales de mi viejo carro, esto ha sido lo que me ha sostenido para no terminar en el suelo. Tras el rayo sonó un trueno que hiso temblar la tierra, y un nuevo temblor sentí cuando mis ojos se posaron en un lugar de este maldito rincón del infierno.

Cogí la tijera que había entre mis herramientas, me puse unos guantes para no pincharme con las espinas de los rosales.

No sé si era el viento, o algún grito, que salía de un alma abandonada qué vagaba por este lúgubre lugar; pero yo sentí un lamento que sé podía escuchar y por mucho viento que hacía en ese momento; pero cada vez los sentía con más  nitidez. Esto me hiso dar media vuelta y correr con todas mis fuerzas hasta la puerta conde había dejado mi caro y cuando creí  llegara ella, la puerta se cerró con tal fuerza que hasta el cerrojo que estaba abierto se cerro de golpe. Había quedado encerrado en un lugar que era la primera vez que estaba dentro de él.

¡Grite, llore y por más que lloraba, el tiempo se empeoraba a cada momento! Comenzó a llover con tal fuerza que no se veía nada. El suelo se convertía en un río de aguas turbulentas, el viento silbaba sobre las copas de árboles y las hojas volaban de un lado a otro sin tener un lugar fijo adonde caerse muertas, y yo, hincado de rodilla en el suelo creí morir de miedo.

Una rama de los rosales que había cerca de la entrada, se enredo en mi ropa, quise moverme, pero este me lo impedía. No tenía valor de mirar para atrás y ver, quién era la persona qué me tenía sujeto por la manga de mi camisa. Tenía tanto el miedo; que no tuve valor para hacerlo y sin querer moverme las espinas se clavaban en mi piel. Esta me estaba haciendo sangre, sentía dolor y al notar un líquido pastoso y muy caliente que corría por mi mano. Quise arrancar lo que me sujetaba y al ver que yo no tenía fuerzas para soltarme, pregunte sin yo darme la vuelta…

¡Suélteme: yo no le he hecho nada, solo he venido a recortar los rosales! Pero nadie contestaba a mis ruegos y mi llanto; y, sin tener el valor para hacer un movimiento extraño y salir de aquel atolladero en el cual estaba metido.

Al darme cuenta, que ninguna voz contestaba a mis súplicas, miré, y ver que no era una mano lo que me tenía sujeto,  cuando miré para atrás y al ver que solo era una de las ramas de uno de los rosales sonreí y; con el dolor de la piel que sangraba, pero me hizo gracia. ¡Estar acobardado por solo una rama de este lugar!

Estaba encerrado, me preguntaba. ¿No sé cómo iba arreglarme para salir de esta? Como siempre hablando solo.

Una tibia luz sobre un rincón, estaba posada sobre un mármol o esto me pareció a mí. Esta luz era como una vela que deseaba apagarse, pero en la oscuridad de la tarde me ayudaba para saber adónde tenía que ir. Tintineaba, y  por más que soplase el viento ella resistía con su tenue luz; sobre aquél mármol, tenía en el centro del mismo una cruz, y la sombra de la misma la podía ver que era tan grande que mi sangre quedo congelada y sobre la lápida había una mujer, o esos creí yo. Pensé ir a verla: ¡Tal vez estuviese dormida, ya que su cuerpo bajo aquella tremenda tormenta no se movía de su lecho! No era capaz de dar un paso, pero el valor lleno de miedo y es cuando las personas sin saber por qué nos hacemos el valiente y comenzamos a dar pasos inciertos; pero con una determinación que no se sabe el por qué estas cosas nos ayudan cuando más miedo y temor tenemos. Mi cuerpo aparte de estar chorreando, también estaba congelado. Sin tener el valor suficiente caminaba en dirección hacia la lapida, era lo que yo estaba viendo, un lapida y sobre ella me pareció un cuerpo de mujer, estaba totalmente desnuda… y cuando me acerque para ver qué era cierto lo que decían mis ojos; si era cierto. No sentía nada, solo el viento que azotaba todo tipo de ramajes, pero su respiración no la podía escuchar. Era tan débil que no sabía si estaba viva o muerta. Acerqué mis dedos a su cuello para sentir si había algún tipo de movimiento o si respiraba, aunque sentí miedo, sí ya que su cuerpo estaba helado como la nieve. Pero al ver su belleza me hizo coger algo de valor.

Su piel brillaba bajo luz de los rayos, los cuales, cada vez eran mucho más continuos, así, la luz  dejaba que pudiese ver todo su cuerpo, y ver sus cabellos color castaño que cubrían su espalda.

La piel de esta mujer parecía cubierta por una gelatina, como si ya estuviese manoseada, y que su brillo quería hacerme ver que brillaba, pero había algo que cubría su cuerpo como si fuese de cristal de un espejo que  estuviese manchado.

Miré su cara, deje mis pensamientos que corriesen todo cuanto ellos quisieran. Mi corazón daba saltos, al pensar, que a lo mejor ella desearía vivir conmigo. Yo la cuidaría, vivirá a mi lado y por fin, una mujer en mi vida.

Cuantas cosas pensamos, antes de ver otras cosas que no fuese su belleza. Ciegos, sí, estamos ciegos todos los hombres lo estamos. Solo nos fijamos en la belleza exterior, pero ninguno miramos de qué color tiene su corazón.

Intenté por todos los medios y con los pocos conocimientos que yo tenía en estos casos. Hacerla recobrar su vida. Esta fría, y el color de su bello cuerpo estaba perdido, era tal su blancura que reflejaban los rayos como si su cuerpo fuese un espejo. Me daba miedo; pero por otro lado deseaba llevármela conmigo. Quería tener una mujer cerca de mí, y a si poder vivir lo que nunca había hecho… tener una hembra a mi lado y ver cómo crecen los hijos en mi choza.

Unos segundos que yo le estaba dando a mi mente libertad y esta se había ido por los cerros de Úbeda.

¡Cuántas cosas soñamos los hombres! Solo ver una bonitas faldas y, ya pensamos que será nuestra; y además  viviremos felices y al final de este corto sueños comeremos perdices rellenas de pajarillos de colores.

Cogiéndola en mis brazos, y teniendo el cuidado de no hacerla daño. Con todo el mimo que un hombre de mi calaña podía tener; la acerque hasta la puerta. Esta estaba cerrada. Y estando de esta manera tendría que dejarla en el suelo para poder abrirla. La pequeña puerta, parece que me escuchó y ella se abrió sola. Chirrió  muy fuerte, haciendo ese ruido que hacen las cosas cuando es la primera vez que se mueven durante mucho tiempo, a si me evitó que la posase en el suelo. ¡Después de todo el miedo se iba lentamente de mi cuerpo! Con cuidado el saque de aquel maldito lugar, pero al mismo tiempo me sentía feliz. Llevaba en mis brazos a la mujer de mi vida.

¿Vemos los hombres con los ojos de la naturaleza, o solo es la luz la que nos ciega en la oscuridad de la vida?

Cargada sobre mis hombros como si fuese un fardo, tuve que ponerla para poder abrir el carro y colocar su cuerpo dentro de este. Levante la tapa, retire algunas basuras que llevaba dentro, y una vez limpio coloqué su delicado cuerpo en su interior; para que no se golpease su cabeza sobre la plancha del carro. Me quiete la chaqueta y se la puse rodeándole su cuerpo.

¡Estaba contento, todo se había terminado para mi, desde este momento sería el hombre más de feliz de la tierra! ¡Cuántas cosas pensé en unos pocos segundos de mi desgraciada vida! Cuántas cosas pasaron velozmente por mi imaginación. ¡Pobre diablo me dije; cuánto me tendría que pesar el haber recogido a una mujer de la calle, la que no la conocía de nada, y me había enamorado sin preguntarle a mi corazón; si estaba en lo cierto o tal vez equivocado!  Estaba dormida sobre aquella lápida; en este lugar donde se guardan los sueños más endiablados de la historia. En verdad era una extraña para mi, a la cual no la conocía de nada y, sin saber que sangre era la que corría por sus venas; yo ingenuo de mi la traería hasta mi humilde choza.

El forjador de sueños

José Rodríguez Gómez

El sevillano

El barrendero del parque

El barrendero del parque

Con los años que llevo haciendo este trabajo: y la gente me maldice. Este miedo que tienen de mí no lo sé… y yo me digo. ¿Por qué me temen, en mi interior me pregunto muchas veces, y siempre, la misma respuesta: no tengo otro oficio, algo tengo que hacer para ganarme el sustento? ¡Qué más da lo que yo haga!

Vivo solo en este mudo, sí, sé que voy mal vestido, con unas ropas remendadas; unos dicen que huelo a muerto, otros a estiércol y con el paso de los años tengo tantos sueños en mi cabeza que al caminar voy hablando conmigo mismo; a si les doy algún tema para que hablen mal de mí y que digan cuanto quieran, yo sé que no hago mal a nadie.

Estando en este mundo solo como estoy, sin nadie que te  espere cuando llegas a tu casa, aunque sea una choza, pero es tú morada, qué más da, sea lo que sea, pero las malas lenguas siempre tienen que hablar de todo cuanto concierne a otras personas. Ya que a sus vidas que son las que ellos no quieren que nadie pueda decir nada al respecto. Qué les importa a ellos, sea lo que sea y lo que yo haga, y sobre todo son las personas las que me critican, me temen, me odian, y tampoco me importa a mí que lo ellos digan. Solo quiero que sean ellos, sí, ellos y son esos gorriones que me ven cada día a cada hora, ellos son los que yo quiero que hablen de mi. Lo siento mucho por ellos, ya sé que los despierto. Cuando llego aun están dormidos y al sentir el ruido de mis ruedas, ellos saben que estoy en mí puesto de trabajo. Lo sé, sé que mi carro tiene un sonido muy estridente, parece la puerta de un cementerio; pero a mí me gusta. Es que los ejes de mi carro no los engraso nunca, a si, las personas que me escuchan al pasar saben quién soy, y cuál es mi trabajo. Él barrendero del parque. El sonido de las ruedas de hierro al moverse chirrían un poco, bueno, sí, lo sé, pero a mí ese ruido despierta mis sentidos y me hace soñar cada segundo del trayecto que hay desde mi humilde morada hasta este precioso parque; porque a si tengo algo que me acompañe en mi ruta por las calles solitarias de este pequeño pueblo. Pequeño pero maldito, todos me odian, me temen, sin que nadie se atreva a decírmelo a la cara; quizás por el miedo que refleja en mi semblante. Esa que tiene tantos cortes que parece el telón de un circo viejo. La que tiene arrugas de haber llorado tantas veces que los surcos se quedaron grabados en mi piel y para que cada vez que me miro, en ese espejo que tanto miedo le tengo, he de llorar de tristeza al recordar el daño que ha sufrido mi alma, pero a nadie le he contado el por qué de mi llanto.

¿Has caminado alguna vez de noche por unas calles en silencio cuando nadie se cruza en tu camino, lo has hecho, cuantas veces? Yo lo hago cada día; a y antes que amanezca y que sé despierte al alba estoy en la calle. Frio, calor, lluvia, trueno, tormenta y relámpagos, nada me importa, lo que si hago cada vez que me hayo en la oscuridad de la noche es mirar al cielo, y viendo las miles de estrellas que iluminan el firmamento siento dentro de mí la felicidad de saber que no hago nada contra nadie. Estoy caminado por estas míseras calles y al paso de unas horas estarán llenas de personas. Unas pocas, buenas y muchas malas que no se preocupan de bien de nadie sino todo lo contrario, la maldad hace que maten, que ensucien este mundo donde hay tanto por limpiar, y esto lo que hacemos unas pocas personas dedicadas al recoger la basura que otras muchas las tiran.  

¡Despreciado por casi todas las personas que me ven!

¿Es injusto que a si sea; verdad, ser lo que soy y de lo cual no creo hacer mal, y tampoco sé el motivo por el qué se me desprecia, sé me insulta, me dicen asesino… y no he matado a nadie; al menos por lo pronto? ¡Tal vez un día sí que lo haga y será entonces cuando han de calumniar mi vida y herir mi alma, entonces que más me da a mí, digan lo que quieran decir! Mientras tanto déjenme soñar, que no hace mal él que no abre su boca para dañar a nadie en este mundo.

Para limpiar el recinto del cual soy el hombre que lo cuida, que lo arregla, él que recoge sus  hojas podridas y las retira para que cuando lleguen los niños esté limpio y que sus madres se sientan orgullosas de que puedan correr, jugar y sentirse felices al estar en este precioso jardín donde miles de pajarillos cantan viendo lo felices que son todos los niños y niñas en este bello lugar.

Es muy temprano, casi no es de día, pero desde mi casa hasta el lugar a donde he de ir me queda un poco retirado, y por eso prefiero levantarme pronto a si cuando llego… es la hora de comenzar.

Unos me llaman el barrendero, otros el enterrador, no sé por qué me dicen tal cosa, y los menos… ni me llaman, esos solo se ríen de mi porque llevo conmigo un carro de hojalata que al ser empujado hace tal ruido que creo despertar hasta los gorriones que hay en este lindo lugar.

Sí, sé que huelo a podrido, y todo tiene su razón de ser, recojo las hojas muertas del parque ellas están en un rincón donde se arremolinan, y yo al llegar escucho sus lamentos y sé también que huelen a podridas, y ese, es olor que sé impregna en mis ropas y no hay forma de que yo se las pueda quitar.

Si alguna persona entrase en ese lugar, sí, en el cementerio de las hojas caídas, esas que se desprenden de todos los árboles cuando lega esa fecha maldita para ellas, y comienza el frio invierno, yo las escucho llorar. He visto sus lágrimas correr por su delicada piel, la que están arrugadas por el tiempo. Lo mismo me pasa a mí, cada vez que me miro a mi viejo y querido amigo, el espejo de mi soledad. Ellas me ven pasar, pero muchas madres agarran a sus hijos de las manos para que no se suelten cuando yo paso… ¡Me temen, sí, sé que tienen miedo de mi, pero al ver tales comportamientos, lloro! Ellas piensas que no soy una persona. Que sin saber mi vida critican y yo a nadie le hice daño. Mira que tengo cosas por dentro de mi deteriorada alma, si supieran que cada vez que siento desprecio de mi persona; que si le hiciese caso a todo cuanto dicen de mí, seguramente sí, que me tendrían que temer, pero de verdad… no he creado este miedo, no he sido yo; sino mi mala presencia al ver que llevo ropas de las cuales nadie quiere ponérselas, yo las recojo de esos contenedores donde las tiran todo aquel que luego me critican. Yo siempre digo que si los zapatos de un muerto me vienen bien, yo me los quedo, y son muchos los pares que tiran, y cuando paso miro en su interior y los recojo. ¡Tengo tanto zapatos que puedo vivir la vida tantas veces como pares tengo guardado!

El día es gris, está lluvioso, el agua no es que sea muy fuerte, es un chiribiri que ni deja de llover, ni tampoco sales el sol. Es la hora de recoger las hojas que se han juntado en ese lugar; que hasta yo le tengo miedo, pero no me queda más remedio que atender a mis obligaciones como encargado de tener en perfectas condiciones este parque. Cuándo estoy llegando, siento sus voces que se dicen unas a otras. ¡Cuidado que ya viene, tener cuidado que este tío nos recoge sin miramiento y sabemos que nos hiere a cosa hecha! Hasta estas desgraciadas hojas me temen. Cuido mucho de recogerlas con el mayor de mis cuidados, sé que ya no tienen vida, lo sé, pero también sé que la tuvieron y haces unos días se cayeron de sus ramas y el viento las arremolina en este preciso lugar.

Traigo conmigo mi viejo carro, cuando estoy llegando ellas, se juntan cómo si quisiesen gritar asustadas, pero sus voces son pocas personas las pueden escuchar cómo yo lo hago y, cuando las recojo con mi recogedor intentan escaparse y, yo les digo con una voz suave bajo la lluvia… ¡No temáis: que no deseo haceros daño, solo quiero que no estéis esparcidas por todos los rincones a sí pueden soñar! Sé que ya no tenéis corazón pero un día no muy lejano lo tuvisteis.

Es triste verse como estas pobres hojas de los sueños. Hace muy poco de tiempo, ellas daban sombras para que las personas se sentasen bajo su palio verde. Hombres, mujeres, enamorados y personas viejas que se escondían entre sus ramajes para decirse que se amaban, y que jamás se olvidarían, estos envueltos se quedasen el perfume de sus pieles bajo los secretos del silencio, y además tomasen el fresco. Ha pasado el tiempo y este es inexorable y nada de lo que deseemos se puede atrever a llevarle a contraria al destino. La vida nos da unos cortos espacios de tiempo y cuando llega nuestra hora; se terminan los sueños y nuestra mente se queda dormida en este espacio maldito de los viejos recuerdos que con mucho trabajo quiero recordar pero mejor no hacerlo ya que solo me traen heridas que no dejan de sangrar y queda manchada el perfume de las hojas muertas.

Una vez recogidas las llevo al crematorio y es cuando gritan desesperadas pero no les puedo hacer otra cosa, he de recogerlas y en vez de amontonarlas las tengo que quemar. Sé que no les hace ninguna gracia, y por ello me llaman asesino. ¡Si ellas supiesen que lloro tanto al tener que hacer tal cosa, si lo supiesen, otra cosa dirían de mí!

Abro a puerta del horno, este chirrea cómo lo hace la rueda de mi carro; aquí todo hace ruido, tal vez la persona que hiso tal cosa no sabía que todo cuanto vive dentro de este mundo tiene su pequeño corazón. Sabemos que no todos nos damos cuenta de esto; pero yo que soy el hombre encargado de quemarlas, y después huelo a muerto y no sé la manera de poder quitarme este impregnado olor.

Las cenizas las esparzo por el suelo, a las hiervas les tiño sus pequeños cabellos, se los pinto de blanco y parecen que las que hace muy poco que habían salidos, ahora ya son viejas y creo que tiene los mismos años que tengo yo.

Ablando de años… ¿Cuánto tengo? No lo sé, pero he de tener muchos. ¡He vivido tantas vidas que he olvidado la primera que estuve en este lugar!

Hoy no quiero llorar más, quizás otro día os cuente mis daños, míos recuerdos y lo que me hace sentir el mismo dolor que sienten estas hojas muertas. Sí, lo están porque soy yo el que las quema en este mísero y lúgubre horno donde también un día, no muy lejano se quemará mi cuerpo, y quemaran mis huesos. Mis cenizas serán esparcidas por los caminos donde un día camine y entonces nadie dirá que son mías estos restos que terminaran en un lejano estercoleros adonde se juntan esas hojas muertas y esa basura que un día yo recogí con mis propias manos.

El forjador de sueños

José Rodríguez Gómez

El sevillano.

Un monstruo vino a verme

Un monstruo vino a verme

Quiero contaros una historia real.

Uno de Noviembre del 2019.

Un día aciago, nublado, ventoso y en mi silencio… pienso: no ha sido uno de mis mejores momentos. Y este día, a no ser porque es el día de todos los santos, para mi seguramente sin querer recordar esta fecha tan triste que mejor que no hubiese llegado.

Como les comentaba hay momentos de la vida que viviendo en la soledad de este mundo y sin querer hacer nada, he pasado que hoy es como si fuese otra fecha más del calendario, pero no ha sido así.

Después de haber comido estuve sentado un una hamaca reposando los alimentos que había ingerido. La comida fue la de costumbre, un plato de sopas con un trozo de carne no muy grande y un buen picadillo, una fruta y un vaso de leche. Seme había terminado el pan, y para esta noche no tenía, así que me dije: bueno esta noche tendré que comer sin pedirle a nadie que me diese una hogaza de pan; ya que si la pido, seguramente tendría que devolver una barra entera, y si no se hace de esta manera el pan que pides lo has de devolver con creces y para no tener que hacerlo nunca más; mejor cenaré sin este alimento tan necesario para todos o casi  para todas las personas.

Serían las cuatro de la tarde, llevaba un buen rato sentado, me estaba entrando sueño y para no quedarme dormido pensé. Será mejor gastar este tiempo tan preciado por mí, pintando un poco, a si, el tiempo se pasaría mucho más rápido y sería más beneficioso para mis sueños.

Dicho y hecho, subí a la segunda planta de mi casa donde tengo mi estudio de pintura, y en la cual tengo muchos cuadros, y mirando uno de mis viejos cuadros, he pensado, reemprenderlo nuevamente, y con ello mi deseo es de acabarlo de pintar. Este cuadro llevaba sin terminar unos cuantos años, y he creído que ya es hora de acabar este grandioso lienzo.

Desde las cuatro hasta las siete y media he estado con dicha pintura, no es que haya hecho mucho en él, pero sí que en una de las figuras que lo componen le he dado cientos o miles de pinceladas para hacer que quedase  mejor de lo que estaba; y ha quedado mucha faena para mañana, y que seguramente que no la habré terminado; pero eso no me importa; el tiempo que malgaste o que aproveche todo es mío y lo que no haga hoy lo dejo para mañana que será otro día.

Se había terminado la faena de pintor, y antes de bajar las escaleras que separan la planta superior de la planta baja, he tenido que bajar y encender la luz para no terminar cayendo por la misma la cual es muy empinadas; y a mis años ya es un gran problema; el de mis piernas que no están tan agiles como antaño.

Antes de bajar y sabiendo que tendría que volver a subir; cogí las múltiples pastillas que me he de tomar cada noche.

Di la luz del comedor, antes de apagar la de las escaleras, para no pegarme un golpe con alguna esquina o cual cualquiera de las puertas de mi casa. Esta sala me sirve de comedor, de despacho y en el cual tengo mi ordenador y mi mesa de trabajos. Frente a esta mesa tengo mi televisor. Lo he encendido; he ido hasta la cocina y he puesto a calentar una ración de sopas. He mirado en el frigorífico y he sacado un trozo de salchichas que tenía en el mismo, la he calentado y una vez calentada la he levado a la mesa; y con el plato de sopas y este trozo de longaniza he comido; eso sí, sin pan, pero; no lo tenía, y detrás de estos alimentos lo he terminado con unas uvas y una naranja.

Mire mi pagina, viendo que no había nada que me gustase estuve zapeando en los diferentes canales de mi televisor.

Estaba cansado, no es que hubiese hecho algo para tener mi cuerpo dolorido pero a mis años, que no son pocos, ni tan poco que sean muchos; pero sí que ya tengo los suyos y muchas veces me digo: creo tener los que me sobran por haberlos vividos.

Sentado ante la televisión. Los ojos se estaban cerrando y seguramente me quede dormido. ¿Cuánto tiempo estuve en mi silencio, en el descanso del cual ese momento se vive dos veces, y es el haberlo estado vivo y dormido al mismo tiempo? ¡No lo sé, y tampoco lo miré; me daba lo mismo el tiempo que había descansado en el sillón de mi despacho!       

Busqué en algunos de los canales para ver que estaban dando, cosa de las cuales muchas veces ni las miro, porque muchas de ellas son solo basura o alguna de las viejas películas que repiten una y mil veces hasta que nos aprendemos los anuncios que se dan en estas series.

Dormido o con los ojos entre abiertos, una vez cerrados y otras enmarañados sin saber que era lo que veía.

En uno de los descansos, creí ver algo que me llamó la atención. Era un niño que hablaba con un monstruo de ramas; me pareció ver que era una película de la que había visto el tráiler de ella. Esto hizo que me despertarse al ver y poder averiguar que se trataba de la película de Alejandro Amenábar. Un monstruo viene a verme.

¡A mí los cuentos me gustan muchos! Tal vez sea porque me sigo considerando un niño; sí, un niño aunque ya soy muy viejo pero creo ser lo que nunca tuve, a ese niño que había deseado ser, y también ser lo feliz que merecen todos esas criaturas pequeñas que viven en este mundo y que la mayoría de ellas no encuentran la felicidad en toda su maltratada vida; y perdone que a si lo diga de esa forma pero a si se siente mi corazón y en toda su maldita y desgraciada vida. Ese niño que nunca tuve a mi lado y que tampoco me dejo en la soledad de este mundo. Siempre estuvo conmigo pero que había pasado tantas cosas en mi corta infancia que mi piel está más remendada que el telón de un viejo circo.

Unos minutos viendo esta extraordinaria imágenes y pude comprender qué se trataba dicha historia.

Llore como un niño, sí, lo hice. Mis ojos se habían despertado de tal manera que era imposible poder cerrarlos. Eran dos fuentes silenciosas las que derramaban lágrimas de cristal sobre el tablero de mi mesa, hacían ruidos al caer como si fuesen gotas mágicas, y que al estar viendo este cuento había de recordar cuanto yo pasé. Cada segundo que pasaba, yo, me quedaba extrañado y me preguntaba a  mí mismo. ¿De dónde han sacado esta historia?  La estoy viendo, y yo me veo dentro de la misma. ¡Es mi vida y todo cuanto puedo ver me dice que es mi infancia! ¡Sí, que lo es, y el caso, es que a mí, también me pasó lo mismo hace cincuenta y nueve años me ocurrió dicha historia y creo que me la ha robado de mi mente! La han escrito para que yo en este día tan señalado ellos quieran volverme loco al recordar esta parte de mi vida.

¡Anoche estuve viendo una película titulada: Un monstruo viene a verme! Yo la he escrito según me pasó a mí en una vida real y sin ser un cuento; fue la desgracia que en mi niñez paso lo mismos teniendo solo unos diez años cuando comenzó y termino a los doce, y el encabezado de este escrito. Es el de mi propia película.

¡Lloré, sí, lo hice y sé que me hizo mucho bien el haberlo hecho! Después de ver esta historia recordé que yo cuando tenía su misma edad también tuve un amigo que no era como ese monstruo y el final era el mismo y de la misma manera.

Es dura la vida, a veces nos hace recordar que esta vida no merece la pena haberla vivido. Os parecerá duro escuchar estas las palabras de la boca de un niño. Yo fui ese niño que ha salido de ese celuloide; reflejado en mi mente y que me hace escribiros esta historia.

Después de haber pasado tanto, yo creo que mi madre sufrió mucho más que esa madre, la de ese niño, y al haber sufrido tanto dolor, tantos medicamento y tantas operaciones; qué su pobre cuerpo se fue y tras de sí dejó un vacío. Cerró todas las ventanas de mi mente, y cuando quiso salir el sol; ya era demasiado tarde para que yo recobrase la memoria y que pudiese ver a ese niño que un día fue feliz y ya no era nada igual, todo había cambiado en mi mundo.

Ver esta historia me hace recordar tiempos felices.  Verme reflejado en un viejo espejo; yo recuerdo que también fui un día el que jugaba con unas pinzas de la ropa, ese era mi amigo, el juego de unos barcos sobre un lebrillo lleno de agua, sí, así era el que yo creaba en mi mundo, el que yo inventaba para no estar solo a ninguna hora del día ni de la noche. Era el compañero que nunca tuve; pero que tampoco me hizo falta, ya que mi mente era capaz de crear todos los sueños que me hiciesen falta para que nuca estuviese solo ante esas tristes horas de la soledad de una mente que se quedó dañada durante el resto de mi vida.

Menos de ocho años tenía yo. Fue cuando comenzó mi historia.

Su mirada era tan dulce, sus ojos claros, sus cabellos negros como una noche sin estrellas, que solo con cerrar mis ojos la estoy viendo, de noche, de día y a cualquier hora puedo verla y, recordar su cara. Pero yo no tuve la suerte de tener a un amigo que me dijese las cosas que después con los años viviría y recordaría los daños colaterales que dejaría en mi mente, y como no, también sobre mi piel.

Cosida con girones de mi alma dejó mis entrañas.

Era costurera, hoy en día se la llamaría modista. Yo fui durante los años que recuerdo el que le ensartaba sus agujas, ya que después de haber estado cosiendo durante muchos años su vista estaba muy que cansada. No crean que tenia tantos años, no, no era cierto; solo duró a mi lado hasta que cumplió los treinta y nueve años. Si de esos les descontamos los años que paso enferma; solo tendría unos treinta y cinco, más o menos.

¡No sé cómo podía saber por dónde tenía que pasar la aguja de la máquina de coser! Podía ver como daba al pedal a su vieja máquina para que volase y que las costuras hiciesen su trabajo. Salía humo de la tela al pasar por debajo de ese hilo mágico que lo dejaba cosido para que el vestido tomase la forma deseada.

Un día y otro día, pero su cuerpo no había forma que se pudiese poner buena. Y yo criado por otras personas; en la soledad de mi vida, no tenía a nadie que me pudiese dar un beso de buenas noches. Cuantas horas, días y semanas pase recordando su cara, cuantos silencios y cuantas tormentas vendría después a mi deteriorada mente. Cada noche bajo las sabanas de mi vieja cama; yo recordé sus últimos besos, y sus quejas, sus dolores esos que jamás poder olvidar.

¡Daba gritos de dolor sobre una vieja cama de madera! Su colchón eran unas tablas para que sus piernas dejasen de dolerle. Sus nervios estaba engarrotados y sobre todos los de sus piernas: y estos le hacían dar alaridos durante toda la noche y todo el día, y yo durmiendo junto a su cama en una camita igual de pequeña que la de ella, y yo lloraba para que su cuerpo dejase de gritar.

Besos, y sus sonrisas: Era tan bella que la recuerdo como si estuviese cerca de mí.

Su trabajo era además de cuidar la casa de sus labores, era coser para la calle y para que después de haber estado trabajando durante horas y días para ganar solamente unos duros que no llegaba ni para poder comprar un míseros pan.

Idas y venidas a Sevilla, para que la viesen los médicos adecuados. Ingresada desde su tierna juventud. Era yo el que se quedaba solo en mi casa, sin saber que sería lo que dichos doctores le pudieran hacer para intentar sanar su bendito cuerpo.

¡Mi casa no era esa de la peli, no, no lo era! La mía sólo tenía dos habitaciones. Un pequeño comedor, y además dos dormitorios, en ellos había unas camas y el lavabo para poder asearse con una vieja palangana de porcelana y un jarrón con agua para poder lavarse la cara y verte en un espejo colocado sobre la madera del tocador.

Yo nunca rompí los muebles, no los tenía, solo había en mi casa unas camas una cómoda y un baúl para guardar la ropa.

Todo comenzó según recuerdo: con una apendicitis. Después, lo más grave; el cáncer de pecho, este lleno de negro mi pobre vida. Días, semanas y años sin resultados favorables a su enfermedad. Durante todo este tiempo ella estuvo en idas y venidas. Le cortaron uno de sus benditos  pechos y en aquellos tiempos no había los remedios ni conocimientos que hoy en día se poseen.

El cáncer siguió su curso, no pensaba en mí, siendo solo un niño me faltaba mi madre que era la que me había traído a este mundo del cual no tenía ni la menor idea de cómo iba ser para mí en estos años. Cada día y cada vez que ella estaba cerca de mí, yo escuchaba sus lamentos y, si no tenía bastante le entro otra enfermedad. Yo creo hoy en día que era la misma, sí, una de las ramas de ese cáncer y, de este nuevo camino se le engarrotaron sus nervios y no podía moverse de la cama. Segundos, minutos y todas las horas  de su vida, ella daba gritos que desgarraban mi corazón. Noches tras noche y hasta que se la llevaron de mi lado para operarla nuevamente.

 ¿Qué tipo de enfermedad tendría? Le operaron la cabeza; esta operación era cerca de las sienes y además la dejaron sin pelos y con un pañuelo de colores yo la recuerdo cuando estaba a mi lado.

Iba al colegio sólo, sin que ningún niño me acompañase y en mi camino solo hacía que llorar, al ver que la vida no había sido agradable para mí.

Pero cuánto daño tendría que padecer, para que terminase de sufrir en su vida; no era yo el que pasaba el calvario que ella estaba pasando, pero sí que también me paso lo mismo que este niño del cual ha sido el que me ha recordado los años tristes de mi infancia.

Después de pasar esos cuatro años y sin aliento de poder seguir con vida. La trajeron a mi casa nuevamente en una de esas ambulancias de aquellos entonces, la acostaron en su cama yo seguí durmiendo en mi camita que estaba en la habitación anterior a la suya durante los días que su cuerpo resistió.

En una parrilla venía su cuerpo; quiero decir que hoy en día las camillas son mucho más cómodas para los pacientes. Una lona con dos varales y en medio su dolorido cuerpo hecho pedazos ya que había sido operada unos días antes de traerla y al ver que no había remedio para poder curarla; los doctores decidieron hacer lo mejor para ella y para todos. Lo que se hace con los enfermos que no tienen cura. Es traerla a su casa para que pueda morir cerca de sus hijos y familiares. Mi padre sí que estaba informado y no mucho porque él tenía que seguir trabajando para poder alimentarme a mí y a mi hermana algo mayor que yo. ¿Qué tenía su cuerpo que la ropa que la cubría estaba llena de manchas de sangre? El derramen que tenía en su estómago, cosa que yo no tenía ni el menor conocimiento de sus males. Yo quería verla, besarla, abrazarla; que yo era muy chico, era su hijo menor, y sobre todo, era mi madre, y nadie me lo permitía y por mucho que lo desease no me dejaban acercarme a ella. Las gentes de mi calle y los vecinos del patio donde vivíamos se acercaron hasta ella; pero los servicios que llegaron encargado de su traslado, no permitieron que la tocase nadie. Pero el momento de su llegada se agolparon todas las personas que la querían y todos los demás vecinos que en aquellos tiempo eran como de la familia, y nadie quería el mal para ella y al verme me cogieron para que yo no me acercase y a si no la hiciese sufrir que ya tenía bastante con su mal del cual se la llevaría días después.

El niño de la peli; su abuela fue a buscarlo, sí, corrió hasta donde estaba en la casa de su abuela, en la que él rompía los muebles y destrozaba todo cuanto se hallaba en su camino; yo no tenía nada para poder romper, no tenía muebles, ni cómodas ni enseres que destrozar para contener mi rabia, no, de eso no había nada; yo estaba en mi casa y mi madre estaba rodeadas por las personas mayores que yo, y para que yo no sufriese me mandaron a casa de mis abuelos que estaba separada de la mía por dos calles y un callejón de vecinos que se comunicaba con dicha calle. Ya no gritaba, no hacia movimiento alguno; pero a este niño sí que pudo hablar con su madre y poder abrazarla y quedarse dormida en  ante sus ojos y, llorar en sus brazos doloridos. Ese sí que pudo; claro, era una peli y yo no pude hacer nada de eso, y solo cuando después de muchas horas separadas de ella me comunicaron que mi madre había pronunciado mi nombre y quería ver a su pepeillo para verme, ella deseaba darme un beso y fue entonces cuando me llamaron. Fueron a casa de mis abuelos paternos,  estaba yo sentado en una de las sillas de aneas. Llorando como un niño que es lo que yo era, pero nadie me decía como estaba y cuál era su estado. Sabía que la habían traído pero no me dejaron darle eso… un beso.

La puerta de la casa donde yo estaba se abrió de par en par, entro mi tía, ella había estado desde el momento que llego hasta que ella misma fue la que vino a por mí.

Sus ojos estaban rojos como si fueran de sangre, yo sabía que la quería tanto que su corazón estaba tan roto como lo podía estar el mío y con su voz entre cortada al estar delante de mí me dijo. ¡Pepillo tu madre quiere verte, no hace nada más que pronunciar tu nombre! Te quiere abrazar y darte los besos que puedan hasta que  su corazón deje de latir. ¡A sí, que vamos, no hace falta que te laves la cara, ni que te seques tus lagrimas, desea estar atulado y no pronuncia otra cosa que tu nombre! Cogido de su mano volábamos a su encuentro, cruzamos este callejón de vecinos y todas las personas al verme, lloraban, y yo, sin saber por qué hacían esto con mi presencia, pero algo me daba mi corazón al estar tan lejos de ella. Me pregunto si todo este corto trayecto se hizo tan largo que cuando llegue; dejaron pasar a mi pequeña figura y me acercaron hasta su cama donde ya no estaba, sí se había ido y solo puede ver sus ojos desencajado mirando al techo. La bese repetidas veces y pronunciaba su nombre. ¡Aurora, madre, dame un beso por favor; tú sabes que yo te quiero mucho! ¿Y cómo hare para poder besarte durante los años que me queden de vida? ¡Yo no quiero seguir aquí, quiero irme contigo; sé que estaré muy bien a tu lado, por lo que tú más quiera, llévame contigo y no me dejes solo en este maldito mundo!… Por los poquitos años qué he vivido contigo… hazme este favor, que es el último que te voy a pedir… Silencio, se hizo de noche, mi cuerpo sé quedo abrazado al de ella que ya estaba muy frío. Su piel no tenía el calor que yo recordaba, hasta su olor no era el mismo… Todo se hizo silencio, solo el llanto de mi alma se podía escuchar entre todas las personas que se hallaban en esta pequeña habitación… Se fue, y no se presento el monstruo, y el lebrillo se había quedado seco, ya no se llenaría nunca más de agua. Esto que les cuento fue real, mi vida se trunco desde ese mismo instante y ella se marcho dejando la estela de la muerte, y yo viví en los brazos de esta tía mía hasta que marché a donde jamás tuve que haberme ido… Pero esa historia se las contaré algún día… ¡Quiero que sepan que he llorado tanto escribiendo esta historia real que de mis ojos han brotado tantas lágrimas como para llenar un océano! He dejado las lágrimas de mis ojos sobre el tablero de mi mesa para que el tiempo las seque. El forjador de sueños. José Rodríguez Gómez el sevillano…