¿Te atreves?

¿Te atreves?

¡Sí, te lo digo a ti y a ti también!

¿Cuántas habéis, miles, cientos de miles o tal vez millones?

Ya lo sé que habéis muchas y mejores que yo, también lo sé; pero quisiera veros, escucharos y miraros a los ojos cuando estáis soñando.

¡Quiero encontrarme con vosotras, sí, quisiera saber el por qué no decís lo que pensáis en voz alta, y qué los que escuchemos, también soñemos con teneros cerca de cada uno de nosotros!

¡Quiero llorar contigo, sentir tus lágrimas caer por mis mejillas y sentir el latido de tu corazón al compás del mío!

¿Por qué no, dime, por qué no lo hacemos los dos juntos y a si nadie se quedará en silencio?

Tus labios y mis labios sellados en el silencio de la noche, la luna reflejada en tu cuerpo y el destello de mis ojos cegados por dos luceros negros.

Déjame ser el bálsamo de tu piel. Quiero ser alguien para ti y escuchar tus lamentos, sí, yo sé que los tienes igual que yo,  y sé que son mucho más dulces que los míos. Te callas y, te quedas en silencio mientras yo camino a ciegas por el sendero que me marcan tus pensamientos.

Escucharé de ti el ruido de tu corriente, el caudal de tu sonrisa y el torbellino de tu silencio. Quiero hablar al mismos tiempo que tu, quiero escuchar el ruido de nuestros labios al besarse, sentir el sabor de tu boca y tocar cada escama de tu piel, y ver como se hace de noche entre tus sabanas de sedas.

¿En tu silencio, escribes, bajo la luz de una vela, el pliego sobre tu mesa y la ventana abierta? Dejas correr el viento que acaricia tu silueta desnuda ante la noche despierta, le escribes a tu poeta, a tu flamante enamorado o tal vez a mis recuerdos. Te acuerdas  de  aquella noche cando nos cubrieron las tinieblas, tu temblabas de deseo y mi mente enloquecida acariciaba todo tus encantos; mientras tu boca me besaba y yo no te encontraba, eras tú la que llamabas a mi puerta entre abierta.

¡No estaba yo esa noche, fuiste tú la que me buscabas y en cambio yo perdido entre mis lamentos lloraba desconsoladamente sin estar contigo y en tu boca,  en mis sueños, tú me besabas, y me tenías entre tus labios y los míos mi puerta la que siempre te esperaba entre abierta!

 Subido a la grupa de mi caballo, sin atalajes, sin montura, a pelo y cogido a la crin de  tus cabellos volábamos sin rumbo perdidos en la noche de tus sueños. Tú me llevabas y cogido a tu cintura besabas mis labios de aceros;  navajas de plata blanca como rosas en mi pecho.

Sobre olas de la mar en montañas del invierno, por el monte corren peces y por al mar liebres de aceros.

Paso cada noche por tu puerta, miro a tu ventana y siempre la tienes abierta para que pueda subir trepando por las enredaderas que sembradas de zarzas blancas con púas  como tijeras.

Son las tres de la mañana, mi niña, está despierta, escribe para los duendes que caminan  por su puerta. En Sevilla bajo la luz de la luna se abren cortinas muertas. Los luceros por la noche te vigilan a des horas las cortina de tu ventana se levanta cuando mi cuerpo traspasa el marco de tu ventana, tú sigues soñando, y sabiendo que estoy muy cerca.

Camino descalzo, mis pies heridos de tanto caminar por los senderos oscuros que tú me pones para que yo te busque en caminitos de piedras.

Vestida de seda blanca, coronas hechas de piedras, y de collares de perlas, conchas de la mar tienes puestas en tu cintura como cordel de espuma blanca cosidas con azucenas. Acariciaba tu cuerpo mientras tú escribías sobre papel de raso blanco arrugado por tus penas.

Sabes que estoy contigo, abres tus lindas piernas y deja que yo recorra con mis manos temblorosas estas dulces primaveras.

El forjador de sueños. José Rodríguez Gómez. El sevillano.

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